Nonatho

Crecí en Kyoto. Último descendiente de una casi extinta raza de guerreros. Fui criado de bebé por una vieja nodriza pagada por mi tío Misuvi, quien era mi único familiar con vida, y el más fiel samurai de su señor Koshiro.

Entrenado desde niño en el arte de la guerra, mi destino fue marcado en mi ser. La disciplina transformó mi cuerpo y mente en un arma perfecta, forjándome sin más conciencia que la del acero de una espada.

Mi honorable tío murió al servicio de su señor, y yo pasé a servirle la misma noche en que atacó a su férreo enemigo Yakata. Marchando a la distancia, observaba impávido esa tenue luz irradiada por el ostentoso castillo que sellaría mi destino de guerrero. Aplastamos sangrientamente la desprevenida resistencia, y sometimos a Yakata arrodillándolo frente a nosotros. Fue entonces cuando Koshiro probó mi temple al ordenarme cortarle la cabeza.

Un samurai no duda, solo actúa.

Mi veloz katana surcó el aire. La cabeza golpeó el piso y su cuerpo se desplomó sobre ella. Koshiro estalló en carcajadas, tomó a la hija de Yakata y la arrastró a otro aposento. Sólo yo entré tras él como su guardia personal. Violó a la niña entre golpes e insultos. Fueron unos pocos instantes, y se levanto riendo satisfecho. La niña quedó desnuda, sangrando arrodillada ante nosotros. Me ordenó matarla.

No lo dudé, sólo actué.

Un violento golpe de espada. La cabeza golpeó el piso, y tras ella se desplomó el cuerpo decapitado de Koshiro.

Durante toda mi abnegada existencia fui adoctrinado para sentir como un samurai, pero bastó una sola infamia para que mi sangre sintiera… como un hombre libre.