Porque he querido mirar al cielo y sonreír
y el Sol que brillaba, vanidoso, me ha cegado.
Prefiero el firmamento de noche
porque en él está mi estrella,
la más dulce y pequeña,
que sin el Sol brilla de forma especial.
Ella no es la más grande,
ni la más preciosa,
ni siquiera la más brillante.
No forma parte de ninguna constelación,
está aislada, perdida y sola.
Pero al mirarla parece que aumenta su luz,
al sentirse la mejor de todas.
Titila alegre, y me guiña un ojo,
coqueta y orgullosa.
y todas las demás palidecen de envidia,
rabia o enojo.
Por eso quiero a mi estrella,
por ser distinta y hermosa.
Cada noche nos contemplamos
la una a la otra,
y ambas necesitamos
esa mirada para no sentirnos solas.
A las personas nos pasa lo mismo que a las estrellas,
necesitamos esa mirada del “otro”
que saque la luz de nuestro interior,
que a nuestro eterno vagar dé sentido.
Buscamos ese brillo en la mirada
que confirme su cariño,
para sentirnos únicos y especiales
en la realidad de cada día.
Por eso, si encuentras tu estrella
no dejes que nadie te la quite,
ni que su luz se pierda.
Mírala y deja que te mire,
lucha por ella.
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