La madre osa polar, experimentó por primera vez en su larga vida, de modo innatural, el frío mortal de la condena y la helada resignación al final. Había recorrido muchos kilómetros instruyendo a sus dos oseznos en las complejas técnicas vitales de la supervivencia, de pronto, en un mal paso, el suelo empezó a disolverse a una velocidad frenética; en poco rato, casi toda la plataforma de hielo se había derretido, dejándolo en un minúsculo trozo tambaleante con sus cachorros. Sus viejas uñas clavadas en el hielo como débiles estacas sangraban tras fracasados intentos de equilibrio, los oseznos se acurrucaban a las piernas de su madre, poniendo en practica la lección de alerta enseñada por su madre. La osa, de modo instinto supo que era el final; advirtió el horizonte y el mar con la esperanza de encontrar un terreno rígido al que se pueda llegar nadando, una lagrima de dolor le dio la respuesta; añoró las épocas en que jugaba con sus amigas a esquiar con la espalda, sus viajes de aventura hacia el sur, el espectáculo orgulloso de ver a su macho oso peleando el derecho de apareamiento, la felicidad de su primera caza exitosa; volvió a ver el horizonte vació, y luego vio las pupilas de sus cachorros, asemejaban a un horizonte diáfano de vida; los abrazó eternamente con la mirada. De pronto, oyó el chirriar de sus uñas quebradas y el dolor profundo en su silencio interior; el trozo flotante no aguantaba mas el peso, y mientras resbalaban lentamente, la osa volvió a ver el horizonte del sur, por donde llegaban extraños depredadores bípedos; advirtió el sur con una indignación agridulce y ya sepultado por aguas pesadas se pregunto que a qué se debía ese repentino deshielo apresurado. |