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Si bien es cierto que criticarla sería como criticar al destino, al tiempo, al empresario de espectáculos; si, ese de pantalón sucio y chamarra de piel que tenía un habano en la mano, o al bibliotecario que nos prestó los mismos libros; y hablo de un bibliotecario sin abrir la posibilidad de que sean dos o tres o tal vez un ejército maquiavélico de bibliotecarios distribuidos en todo el jodido territorio nacional, ajustando relojes, aficiones, sangre y circunstancias para conocernos; miren ustedes que ella vivía a la módica cantidad de 18 horas 25 minutos y segundos más, segundos menos dependiendo del tránsito; de mi casa - con las líneas anteriores queda demostrado aquí que, aun teniendo diferentes cuerpos y costumbres la probabilidad de que haya sido uno y sólo uno el bibliotecario con ese propósito es innegable – entonces no me cabe la duda que son ellos, el destino, el tiempo, el empresario de espectáculos, el bibliotecario, Santa Teresa, Oliverio, Carpentier, Ostrovski, Cortázar, Camús –podría mencionar también a Lubicz Miloz – y ella, los pocos elementos en todo el universo de elementos posibles, de que yo esté hoy, aquí, con ganas de criticar algo.

Entonces por donde empezar; ¿Por ella? Esa sería la respuesta más fácil o la más simple, ya me veo criticando sus ojos y su mirada de gato, su forma de fumar y su carencia de encendedor, ya hasta parece que voy haciendo críticas sobre su peineta, sus lentes, sus botas y ¡qué caramba! hasta de su sonrisa y sepan queridos lectores que si algo me atrapo fue su sonrisa, por qué no hacer mejor una crítica sobre las gracias que le di a Dios, al diablo, al santo perdido en el tercer nicho de la iglesia de San Ramón nonato, al panteón romano y a todas las cosmogonías con las que he tenido algún altercado, por haberme sentado junto a ella, notar en esa serie de acontecimientos que fui yo quién buscó la frase correcta para atraer su atención y no dejar abierta la posibilidad a que hubiera sido ella quién atrajera mi atención para que yo buscase y pronunciase esa palabra. Será necesario entonces no criticarla pero si podría hacerlo a sus circunstancias, siendo así, entonces podría mencionar, reprochar o criticar a las personas que le inculcaron el gusto a los toros, porque ya esta dicho que serán sus circunstancias y no las mías las culpables -y eso deja sin culpa a mis padres- o los medios que le hicieron llegar la noticia de aquella corrida, ya veo a una terrible onda Hertziana sudando la gota gorda y viajando en frecuencia modulada, las niñas como ella no escuchan amplitud modulada, durante kilómetros y kilómetros, llegando ya flaca débil y con ganas de no recorrer ni un centímetro más, para aterrizar en el radio de su carro que, curiosamente, ese día debió de sacar para comprar un helado –Escribiendo esto podría criticar también a Marconi o a Tesla por haber descubierto el funcionamiento de la radio- Pero no, como dije al principio de este párrafo, no empezaré por criticarla a ella ya que yo no soy afecto de los ejercicios fáciles o simples.

¿Criticaré entonces al empresario? –Oiga usted señor empresario- , todo esto lo mencionaría con una mueca de disgusto y dejando ver entre ojos que él es el responsable de que yo hoy esté escribiendo esta queja

-¿A qué se debe su afán de querer obtener dinero, cuáles fueron los motivos que lo llevaron a ofrecer una corrida de toros en la ciudad más pequeña de la república, ¿Era necesario que trajera a José Tomás y no al Glison, a los enanitos toreros o a cualquier otro acoletado que no despertara en ella y en mí la necesidad de asistir esa tarde a la plaza?

Me figuro la respuesta del empresario, allí, parado con ganas de no contestarme, o tal vez con la cara escondida detrás del humo de su habano mientras guarda las manos en los bolsillos de sus jeans sintiéndose culpable porque ella y yo nos habíamos conocido

-Joven, la culpa es del apoderado, de la feria de San Marcos o de que ésta es la única plaza de toros que nos quedaba de paso

Es ridículo imaginar esa escena, pasaremos entonces a otra posibilidad.

Criticar al tiempo, más ridícula y más vergonzosa sería todavía mi cara, un simple mortal criticando a Cronos, el verdadero padre de los dioses, si hiciera esto sabría desde un principio que, antes de pronunciar una palabra, Cronos detendría mi habla, llamaría a las hilanderas para que jugaran con mi cordón de plata, lo estiraran, lo asieran y luego sin ningún reproche lo cortaran dejándome sin habla y sin la posibilidad de hacer otras críticas, entonces no, no veo esa como otra posibilidad de ataque.

Criticar al destino es una batalla pírrica, no soy yo el único con un block repleto de reproches dirigidos a ese fantoche que juega con nosotros, nos muestra el alimento y nos dice
–Hay carne pero es cuaresma- y nosotros, devotos y fervientes seguidores de la fe, omitimos darnos un festín para ganar la Gloria Eterna, o quizá aquella repetida situación en que nos muestra el último pedazo de la lotería donde ilusos y optimistas, lo compramos para saber en el sorteo del viernes en la noche que ni siquiera a las centenas nos aproximamos, criticar al destino sería perder mi tiempo.

Quién nos queda. El bibliotecario. El bibliotecario es entonces el culpable de que ahora tenga una amistad a distancia, de que de pronto reciba mensajes y curiosamente de pronto ya no los reciba – la culpa no se imputará a los proveedores del servicio telefónico puesto que ellos son simplemente un instrumento, una herramienta más de que se ha valido ese facilitador de libros para hacer de mi vida una cosa aun mas complicada- es él quien, poseedor de todo el conocimiento imbuido en los libros, el que tienen la llave de la biblioteca de babel y que nos ha hecho creer que esa biblioteca es un simple escrito de un ciego perdido en Argentina, él, que atado a un estante y viendo como es mínima la gente que se acerca –siempre he supuesto que los bibliotecarios son una especie de seres sociópatas, esquizoides y sádicos, por mencionar sólo algunas de sus características- urdió todo un laberinto para verme hoy escribiendo una queja.

Si, la culpa es el bibliotecario que nos puso a Oliverio en las manos, diciéndonos infantilmente
–si te gusta la poesía, este libro no puedes dejar de leerlo, encontrarás la frase exacta

O bien tocándose apenas la punta de los dedos nos acercó con una tenue sonrisa de maldad El siglo de las luces.

Sigo sin entender por qué actuó así un simple mozo, enjuto y ya algo avejentado, por qué nos ofreció la gloria con los libros y no nos previno de las consecuencias, él sabía que todo lo que leyéramos lo podríamos utilizar, que eso daría pausa para que los dos nos conociéramos, y dejó abierta la posibilidad para que ese episodio se repitiera infinitamente con otros rostros y otros nombres.

Es necesario que continúe mi crítica hacia ese ser que ya viendo comenzado su juego todavía tuvo el cinismo de mostrarme las moradas. Pero no, ya no voy a hacer más críticas, si él fue el culpable, bendito sea su actuar pues él fue quien dejó también abierta la puerta para otros efectos mariposa, él, que está detrás de su mostrador, jugando con nuevos planes y con nuevos libros mientras yo estoy aquí escribiendo una crítica.

Texto agregado el 23-04-2009, y leído por 203 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-08-2009 desde el principio hasta el final muy bueno... la charla con el destino, la ironía, las palabras que se entrecruzan con esa fuerza característica de tus escritos... sin embargo, discrepo en cuanto a tu visión de los bibliotecarios :D vihima
01-06-2009 Genial. margarita-zamudio
 
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