Al pasar frente a un bar , observa que ofrecen: café con leche con tres medias lunas, o tostadas, manteca y mermelada; jugo de naranja exprimido grande; por dos con cincuenta. “Se aceptan patacones”.
"¡Qué miseria, faltan dos días para cobrar y me quedan cinco patacones!” , había ido pensando Juan. Anoche no cenó y ahora camina por la calle Cerrito, al sol.
Entra, y en la caja, ve a un señor grande; el mozo, un morocho provinciano. Juan hace el pedido mientras piensa cómo va administrar el saldo de la devaluada moneda provincial.
Entra un pibe de unos diez años, negrito, y reparte estampitas de San Cayetano. El patrón hace una seña al mozo, que cuando el chico está por llegar a la mesa de Juan lo toma de atrás: “¡Vamos, afuera!”.
Juan reacciona: “Déjelo, que va a desayunar conmigo, tráigame dos”.
Se despiden y Juan camina por la vereda del sol, sonriendo
El mozo mira al patrón y éste para otro lado.
Les sirven y arrasan con todo. Paga y se van.
Ya en la puerta, el pibe le grita al mozo: ”¡Neeegro!”.
|