La teoría de Charles Darwin, la evolución y selección natural de las especies, nos hace deducir que el ser humano ha evolucionado a lo largo de millones o cientos de millones de años para albergar una inteligencia suprema. Literalmente, el hambre, la necesidad de la rapidez y la supervivencia, fueron los motores esenciales del progreso de la inteligencia; pero todos los descubrimientos e ideas logradas solo tenían el lucro egoísta de la adaptación y la supervivencia, no había otro beneficio mayor que el de saciar el hambre. Desde los inicios de la ciencia hasta el día de hoy, se sostiene que el hombre, a diferencia del resto de los animales, posee la excepcional facultad de conocer, analizar y comprender; por lo que se ha coronado con el titulo de animal racional. Pero ninguna otra especie da valor o diferencia ese contraste más que el propio hombre. Tal vez en el remoto juicio de un felino que conoce nuestra civilización seamos unos desquiciados depredadores, los más adaptados y destructores, los usurpadores de terrenos, los carroñeros con mayor destreza; no creo que nuestros rascacielos o nuestros logros científicos y artísticos despierten en el cierto asombro.