Anoche me alié con el viento y mientras él hacía limpieza general, yo ordenaba mi casa. El viento con su escoba sin mango barrió el polvo de los desiertos y levantando la alfombra del mar lo devolvió a su auténtico lugar. Yo, con mis manos llenas de tiempo, aproveché para cambiar la bombilla fundida sobre mi cabeza. Él, el viento, de un sólo soplido inundó de polen todos los relojes y yo aproveché para darle cuerda a los miércoles que tenía parados desde hace meses.
Él, el viento, hizo danzar la ropa en los tendederos con sus sacudidas, mientras yo ponía otra lavadora llena de recuerdos. Él usaba las palmeras, húmedas aún de la última llovizna, como si fueran fregonas absorbentes y daba una pasada a las noticias sucias de miedo. Empujaba los ríos a seguir el cauce de su destino por encima de las carreteras. Y frotaba, frotaba y no se cansaba de frotar las antenas de las televisiones, las ventanas, los tejados, los carritos de los hipermercados... yo mientras, me frotaba los ojos, siempre con restos de sueños, mientras planchaba y doblaba todos los agüjeros que dejan los catorce de febreros.
El viento, por último, al final de su jornada, fue recogiendo unas minúsculas y rezagadas nubes negras como pelusas desperdigadas por el cielo, dejando ver la cara de una luna, reluciente como una patena. Y ya que estábamos, yo aproveché para darle una manita de pintura con algo de maquillaje a su cara oculta. Je, je... la luna, entonces, rió, porque entre el viento y yo, le hacíamos cosquillas.
Los hombres al levantarse esta mañana, dijeron: "Dios mío, cuánto desperfecto"... yo no dije nada. Salí a la calle sonriendo, mientras pensaba: "Qué bien, tengo otro día entero… y nuevo"
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