-¿Y tú qué eres?, -preguntó Darío a la extraña figura que aparecía ante sus ojos miopes.
-Soy un basilisco, -contestó él, moviendo lentamente su cola en forma de lanza.
-¿Y eso qué es?
-Unos dicen que soy hijo de un gallo y una serpiente, aunque otros dicen que nací del huevo de una gallina vieja, -explicó.
-¿Entonces vienes de un huevo? –fijando la mirada en él, preguntó extrañado.
-Ajá, de uno pequeño y redondo que estuvo custodiado por un sapo hasta la madrugada en una noche en que hubo luna llena. Entonces era yo un gusanillo colorado y pequeño y como tenía miedo de que me hallaran, me escondí debajo de tu cama.
-¿Por qué tenías miedo de que te encontraran? –El basilisco se subió de un salto y se sentó sobre la cama junto al muchacho. Darío cruzó la pierna y se dispuso a escuchar con atención.
-Pues…, porque me tienen miedo –afirmó.
El basilisco le contó que a algunos de sus parientes les habían echado agua bendita hirviendo y les acercaban cruces de menchay para matarlos y que habían quemado las casas donde se escondían. A las personas les espantaba su cuerpo de reptil con alas de murciélago, cuernos, colmillos y patas de gallo.
-Eres algo extraño, pero no me asustas-, comentó Darío seguro de sí mismo y le propuso que fueran amigos-. Verás, yo me siento muy solo y me gustaría tener con quién platicar.
-No creo que quieras que seamos amigos cuando sepas más de mí, me temerás, estoy seguro -contestó moviendo su cola en forma amenazante.
-¿Qué tengo que saber que no me hayas dicho?-, le preguntó Darío.
-Soy una figura ancestral, me consideran el rey de las serpientes-, afirmó con actitud arrogante-. Nos atribuyen grandes poderes, como robar la energía de las personas al acercarnos cuando están dormidas. Eso las hace adelgazar y les produce una tos seca como la tuya. Sólo por que quieres ser mi amigo te voy a decir un secreto, -susurró el basilisco.- Mi arma más fuerte es la mirada. Si alguien se atreve a verme directamente a los ojos morirá al instante.
-Así que puedes matarme fácilmente y… debe haber una forma en que yo pueda matarte sin tener que incendiar mi casa, -replicó Darío, sarcásticamente-. ¿Te atreverías a decirme cómo?
-Desde luego. Cualquier basilisco que vea reflejada su figura en el agua, en un vidrio o en un espejo, muere.
-Pero… no entiendo, si yo te estoy viendo a los ojos y tú te reflejas en mis lentes, entonces…, si lo que dices es verdad…
-Claro muchacho, hace un rato estamos muertos.
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