Sórdidas las sombras que son mi noche, que son mi día y me acarician con fervor al sentir la estocada de tus punzantes dedos en mi piel.
Siento la marea roja, negra, pútrida y acogedora que como un sortilegio sigilosamente me espía, me vigila; esperando al imperfecto sonar de tu llamado en cada penumbra. Son tus brazos de mujer, tus brazos de musa, tus brazos de demonio, tus alas; tu figura invisible, invencible, desvelada, la cual se acerca al rincón de mugre en el que estoy hundido para envolverme, enterrarme, ceñirme dentro de tus muslos, dentro de tu sangre, dentro de tu espalda, dentro de tus manos, dentro de tus ojos y su reflejo; ángulo constante en el cual también te veo reflejada.
He visto ríos de sangre, he nadado en ellos, he bebido de ellos; pero me he ahogado en ti, me ahogo en ti, me ahogo en tus suspiros, me ahogo en tus labios, me ahogo en tus brazos, me ahogo en tu sangre y en tu misterio singular; me ahogo en el castillo de tus huesos que son la fortaleza de hierro en donde cerca de ti puedo estar.
Has colmado de secretos mi alma, mi cabeza, mi podrido corazón. Me has mostrado esos miedos que en un parpadeo aparecen y reaparecen como el aullido de ánimas vagando en la eternidad.
Nublada esta mi vista, entumida esta mi piel; respondiendo solo a tu imagen y a tu dulce tacto de hiel. Sangre es derramada; la herida es profunda, esta infectada; ha sido envenenada con el ácido sabor de tus labios de seda.
Llévame contigo y escóndeme de la muerte, busca una excusa y aléjame de ella; de su siniestro caminar. Arráncame la vida, arráncame la piel, bébete mi sangre; enciérrame en tu piel...déjame morir en ti.
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