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EL RICO RIMAC

Barrio bajopontino, es juventud la vejez, y la vida bulle clamorosamente en este sano pueblo, arrullado por el elixir del trabajo proletario, la av. Francisco Pizarro recientemente repavimentada, se habré como una arteria aorta sobre sus anchas aceras, donde desembocan los callejones que tienen sus dulces y trágicas leyendas de pasión y sangre, que como contaban algunas beatas todavía penan entre ruido de cadenas; retablo de Limeñidades, aun con el óleo colorista de sus patios de ladrillos pasteleros, otros orlados de macetas, en que exhiben sus pétalos los geranios, las begonias tamizadas y las rosas oferentes, y en algunos de los solares se ven jaulas con verdes loras renegonas, pericos y canarios que arpegian roció con sus trinos.

Las nobiliarias casonas Rímenses aun ofrendan las canastillas de celosías moriscas, con sus balcones de cajón y sus enormes portones, que al cerrarse gimen sobre sus goznes con un cántico gregoriano rechinante, y el bronce de sus aldabones tose al hueco son de sus pulmones cavernosos, de sus cuartos de quincha y barro que ya se caen, sale el cantor del pueblo, el doctor(a) el ingeniero(a) el pequeño comerciante, el empresario audaz, a veces también el temido asaltante, o la zambita linda que se caso con un adinerado, o la pobrecita que ahora recala en algún centro nocturno, y así, así, así, son las cosas en esta viña del señor.

Los jirones Cajamarca y Trujillo recientemente remodelados, alcázar y la alameda, el paseo de aguas, a la comedianta Micaela Villegas (la perricholi) cree deberse la construcción del paseo de aguas por su amante el virrey Manuel Amat, que aunque quedo inconcluso era para que animara con sus juegos de intención Versallesca la casa que Micaela iba a levantar frente a la alameda de los descalzos, con su silueta menuda, la gracia despierta y maliciosa, la sutil picardía y el ingenio, puso en revuelo y barullo a la ciudad de los reyes, y ofendió a la nobleza con sus caprichos y sus desenfados, también por esta misma época, se empezó la construcción de la plaza de Acho, por el contratista Agustín Hipólito Landaburu, para la lidia de los toros, y avanzando un poco mas se llega al cerro San Cristóbal desde donde se observa toda la ciudad.

La tía abuela Melchora se ha ido, y parafraseando a don Ricardo Palma diría, las viejecitas de antaño, cotorritas enclenques, siempre emperejiladitas, limpias como el agua de Dios, hacendosas como las hormigas, con sus cuartitos que por lo limpios parecen tacitas de porcelana, con su cómoda de cedro encharolado y su urna de cristal con su santo patrono, descansa en paz querida tía.

Texto agregado el 21-04-2009, y leído por 192 visitantes. (1 voto)


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