En el rostro descompuesto de la gente ante su paso, ojos grandes, bocas muecas en los despachos, detrás de sus mesas, posaderas trémulas en sus sillas, biombos de cartón que no separan... En su espanto, halló él su más grande satisfacción. Y las piernas, las mangas de su camisa chorreaban, y como su ropa, su piel propia y su cabello regaban el suelo, dejando tras de sí una bonita estela, casi como la baba de un enorme caracol imaginario. El olor, los vapores de la gasolina, sin embargo y del mismo modo que le hacían verse como un gigante molusco, hicieron que sonriese al ser consciente de la situación que había provocado. El aviso ya estaba hecho. Llegó a su cubículo, se acercó a la impresora, y acto seguido se dirigió al despacho de Ramírez con los informes, apestando a Sin Plomo 98. Y feliz. |