Se agolpan los recuerdos y confieso que me gustaría pasarme horas y horas hablando con ella, verla motivada por una sopa, disfrutar de su manía de descascarar las uvas antes de hacerlas suya, o por comer pan de fruta. Compartir un café una tarde en su casa y en la noche un amaretto en cualquier restaurante del pueblo, como lo hacíamos antes, enamorarla. Consciente de los límites que se pone para continuar.
Darle los buenos días y luego de ocho horas de trabajo planeando la revolución cultural, paradoja desde una oficina del Estado que permite que la hemeroteca la tomen para envolver tomates, la cultura no es de sus prioridades. Encerrarnos en la biblioteca para compartir sueños, disfrutar de la magia de su sonrisa y del color de su pelo, pero sobre todo de sus miedos que trataba de despejar y de sus fortalezas.
Visitarla como se visitan los enamorados, recrear que este diálogo no es escuchar una orquesta de Jazz, es sentirse parte de los que interpretan dos de sus instrumentos, aunque prefieras a José José o Víctor Manuel; sentarnos a escuchar artistas tan impresionantes como Víctor Jara, Mercedes Sosa, Facundo Cabral y Alberto Cortez o Pablo y Silvio, después de resbalarse por su generación.
Caminar juntos, y saber que le gustan los abrazos, afligida corría hacia mí, de vez en cuado se escapaba. El tiempo no existía para nosotros, pasaban las horas con la rapidez de los segundos y eran inagotables las palabras.
Cuando por razones de trabajo se hospedó en la capital, nos mantuvimos en contactos, regresaba los fines de semana y cada sábado me llamaba por teléfono, para vernos en el parque, como si justificase la canción “para enamorarte sólo necesito un parque”.
Alguna vez me dijo “El cielo podrá vestirse de frío / de tristeza / de rencores / pero siempre tendré la determinación / dulce de quererte / de que tu vida sea un tren / que se detenga / en la estación de los sueños / y que cada parada sea / una meta realizada”.
En más de una ocasión nos distanciamos, mas la magia de lo que sentimos hace fuerte este amor.
Cuantas angustias disuadimos, cuantas alegrías vivimos, realmente no lo sé. De algo estoy consciente, el río es un camino y el camino un sendero que se acorta si vamos juntos, si podemos confiar, si caminamos al lado y nos miramos de frente.
Mi amiga está en mis mejores encuentros. El cariño que le tengo es de alcance infinito.
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