FLORES ROTAS
El teléfono replicó tres veces antes de que alzara el auricular Clementina. Aún no se colocaba el vestido de novia; se encontraba arreglando el moño elaborado un día antes y dándole los últimos toques al maquillaje para salir con destino a su boda. El vestido de novia sobre la cama.
Tomó aire, miró su reflejo en el espejo y se dispuso atender la llamada. No era el mejor momento para recibir llamadas, pero estaba sola. Su padre y hermana aguardaban por ella en la entrada de la casa para llevarla al altar. La llamada provenía de una Clínica, era la madre de Francisco, había ocurrido un accidente minutos antes. Francisco estaba por entrar al quirófano y su estado era delicado.
Bajó las escaleras estrepitosamente, sin darle tiempo a su padre y hermana de preguntar nada. Pasó casi sobre ellos, huyendo de todo: de las voces, de los recuerdos, de sus miedos y pesadillas. Corrió desesperada al encuentro de Francisco, su novio de toda la vida. La Clínica se encontraba a pocas cuadras. Mientras marchaba, asimilando el mensaje de la madre de Francisco.
No lograba juntar la oración correctamente. Era una incertidumbre lo sucedido. La bata de dormir que llevaba puesta hacía que su presencia en las calles no pasara inadvertida. Sin embargo, no podía pensar en nada más que Francisco.
Al llegar a la Clínica, lo vio en sala de emergencias, llevaba puesto el traje de novio, sangre por doquier. Francisco miró los ojos llenos de lágrimas de Clementina, no alcanzó a hablarle, los médicos lo llevaban al quirófano para operarlo y extraer la bala que tenía cerca al corazón. Su situación era cada vez más grave. Lo sujetó fuertemente de la mano al despedirse. Sentía la muerte cercana en esos momentos. El tiempo le pareció eterno.
Clementina se levantó de la cama, abrió las cortinas de la ventana en su habitación y dejó entrar los rayos de sol que vislumbraban el mediodía de la tarde otoñal. Desperdigados en el suelo de la habitación los regalos de boda por abrir. Algunos platos de comida sucios, una taza de café. Francisco permanecía echado a un lado de la cama, con unos vendajes al dorso.
-El médico ha dicho que debes descansar, Francisco.
-Clementina, déjame ir a casa, debo cambiarme. Llevamos acá encerrados una semana o más.
-¿Y crees que te voy a dejar ir? Casi te pierdo mi amor.
-¿Qué más podría pasarme?...
-Todavía debes descansar
Ya te dije: Yo te voy a cuidar. No discutas eso conmigo.
-Lo que tú digas ¡Como siempre!
Ambos sonrieron. Ella se acercó a darle un beso, apoyándose en sus piernas con cuidado.
-No quiero sentir que te pierdo. No de nuevo. No sabes lo mal que se siente.
-Ni yo soporto la idea de estar lejos de ti.
-¡Justo el día de nuestra boda! Pero no te preocupes, estoy pensando en una nueva fecha.
-Segura
¿Todavía te quieres casar conmigo?
-¡No me digas eso ni de broma, Francisco!
-Esta bien... No te llegué a ver con el vestido de novia. Déjame verte así.
-¿Ahora? Es de mala suerte. Espérate a la boda.
- ¡Que peor suerte puedo tener, me dispararon el día de nuestro matrimonio!
-Tienes toda la razón. Te lo mostraré. Pero, dime
¿Porqué soy tan débil contigo?
Tres toques cortos en la puerta, hicieron un alto en la conversación de la pareja. Era Susana, la hermana menor de Clementina.
-¡Qué pesados son todos en casa! ¿No entienden que sólo quiero estar contigo?, ¿No saben lo horrible que sería perderte?
-Creo que ya es hora de salir de esta habitación, Clementina. Todo es más que perfecto, pero no podemos permanecer encerrados de por vida.
-¡Sólo dame un día más! Todavía nos falta mucho. Es algo así como nuestra luna de miel.
-Está bien, Clementina. Pero esto no será eterno.
-No digas más mi amor. Me voy a probar el vestido, ¿si? Espérame unos segundos.
-Aquí estaré.
Clementina reemplazó el pijama rosa que llevaba por el vestido de novia que mantenía oculto en la puerta del ropero. No llevaba maquillaje e improvisó una sonrisa, la que tanto había ensayado para el momento de su boda.
-Estás bellísima. Eres la novia más bella del planeta.
-Tú siempre tan exagerado. Y con tan buen gusto.
-No quiero esperar a recuperarme. Casémonos en una de esas capillas de provincia. Sin más testigos que un cura de pueblo y unos cuantos campesinos.
-Mi papá moriría si hago eso. Esperemos un mes más. Volveremos a organizar todo.
-No sé porqué esperé tanto para pedirte en matrimonio. Soy un gran tonto. Perdóname.
Susana insistía tocando la puerta de la habitación de Clementina sin obtener respuesta.
-Clementina, es tu hermana Susana. Ya es hora de salir de aquí.
-No. Por favor, dame un día más, Francisco. Te lo ruego, sólo un día más. Abrázame fuerte.
Cansada de no recibir respuesta, Susana abrió la puerta de la habitación de Clementina. Estaba oscura y expedía un olor desagradable de aquellos platos de comida que llevaban casi una semana amontonados en el suelo. Permaneció varios minutos en silencio y sin dar un paso adelante. Reconoció la silueta de su hermana que aún vestía de novia, echada en su cama de espaldas a ella, abrazando fuertemente la almohada.
-Se fue, Susana. Es la primera vez que lo digo en voz alta. Se fue.
|