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Desde que se dio a la tarea de crecer, todo en su vida cambio, ya no tenia que pararse en puntas para ver sobre la nevera, ni levantar la cara en el espejo del baño... Ahora era casi todo a medida.

Cuando le hablaban miraba a los ojos, aunque con el tiempo se sintió mejor mirando los labios, lo hacia para seguir en detalle lo que le estaban diciendo, o tal vez escapando de las imágenes que se confundían irreales en el interior de quien le hablaba. Antes de crecer, se hundía en los botones, entraba y salía de ellos como el hilo, le seguía los pasos, mientras se perdía en lo que nunca escucho. Luego le seguía el regaño por no haber puesto atención, y tenia entonces que levantar su cara para demostrar que si estaba poniendo atención, pero otra vez su mirada junto con su imaginación se colgaban de las lámparas y saltaba de una en una hasta que quien le hablaba en el momento perdía el control y le ponía sobre sus mejillas el peso de sus cinco dedos, como escarmiento por estarle faltando al respeto. Cosa que nunca dejo de hacer.

Muchas cosas no se perdieron con su edad, ni con el crecer de su cuerpo, se volvieron parte de su sello personal, de su forma de vivir y de escapar.

Algún día leyó por ahí, entre los subtítulos de tantas películas que con esfuerzo alcanzaba a leer y a ver, que lo mas importante en la vida era ser libre, se dio cuenta entonces que su tesoro lo tenia en su mente, en sus recuerdos y en las historias que día a día inventaba para engañar a la realidad y perder el miedo a vivir.

De las mentiras!! Inventaba de todo, amigos, viajes, recuerdos, travesuras, amores, abrazos… era buena manera de no sentir la ausencia de ellos, la realidad de no haber nunca conocido a muchos de esos inventos. Sus mentiras no lo herían, lo tranquilizaban, le daban valor y compañía. No lo hacia para herir a alguien, ni para ser mas o mejor, lo hacia para no sentirse solo y sin alegría.

Y le decían que como había crecido, pero nunca le preguntaban si le había dolido o no, sobre todo cuando crecer implico tener libertad sin ingenuidad y espontaneidad, y se empezó a ver acompañada de malicia y limites. Sin hablar del dolor físico de crecer, dolor en los huesos, y en algunas partes del cuerpo que le dolieron como si de un morado se tratara.

Luego cuando las cosas ya se veían de tamaño real, comenzó a añorar y a desear seguirlas viendo majestuosas e imponentes, con respeto y admiración… por esa razón dejo de ir a lugares y de visitar personas, solo para conservar el recuerdo de cómo se veían cuando no había crecido su cuerpo. Las miraba día a día desde su corazón, y aprendió entonces a mantener vivos los olores y los sabores de sus recuerdos. Los tenia siempre cerca, a su lado, cargaba con cada uno de ellos, siempre, organizados y limpios, como el más valioso de los trofeos. Y cuando los cogía los miraba con gusto, porque seguían ahí intactos. Algunos de ellos se le escabullían como arena entre las manos, pero siempre volvían y traían otros que se habían refundido.

Creció y creció su mente y sus historias.

Pero en algún momento, cuando su cuerpo era grande y su niño interno se distrajo mirando el rojo sol en el horizonte, sus recuerdos y sus momentos, los que alimentarían sus historias futuras, se volvieron tristes, melancólicos. Sacudió entonces al niño y lo obligo a que siempre caminara a su lado contándole recuerdos, de los alegres de los divertidos, para así perder en las horas el dolor del día que lo rodeaba.

No lo veía como un arma, lo veía como su única manera de sobrevivir. Y el niño, como su amigo leal, no lo dejo ni un minuto y se sentó con él a revivir instantes, olores y sabores. Y cuando se cansaban entonces construían sueños con los ojos abiertos. Le jugaban bromas a la realidad.

Siempre se veían juntos, era la razón de sus sonrisas, y la tranquilidad de saber que estaba ahí, a su lado con la historia de alguna travesura bajo su brazo y una sonrisa de complicidad, como el más fiel de los amigos.

Tuvieron tiempo para todo. El niño le enseño a no sentir rencor, a recordar con alegría hasta las historias tristes o injustas. A respetar y amar a las personas que formaron parte de ellas. Le enseño a hablar de sus recuerdos tristes con la misma emoción que de los alegres. Y sobre todo a escoger según el momento y la necesidad, un recuerdo adecuado, que le hiciera ver las cosas con la claridad y la simpleza con la que solo ven los niños. A no olvidar que los ojos de grande son los mismos que tenia de niño, a no perder la practica.

Su cuerpo ha crecido, ha pasado ya por la adolescencia y esta en la adultez, camina de la mano del niño a la vejez, jugando con el tiempo, siendo cómplices de historias, sueños, risas y proyectos que nunca serán. Siempre se ven juntos, se cuidan, no podrían existir si no se tuvieran el uno al otro. No se necesitan, se complementan.

Nunca lo pude ver solo, siempre estaban juntos, por eso no te puedo hablar de él, sino de los dos, lo que quise fue contarte en que momento la vida los hizo uno. Tal vez no creció, tal vez ese niño ingenuo y tierno que siempre lo acompaño mirándolo y tendiéndole la mano desde el rincón de su cuarto también se ira con él el día que deba viajar a donde puedan volver a estar juntos en un mismo momento y lugar.

Texto agregado el 23-05-2004, y leído por 145 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
23-05-2004 No sé. Este cuento no me gusta porque la historia que cuenta no tiene suficiente interés humano, porque no ocurre nada interesante con lo de que un niño mental acompañe al adulto real. Y no tiene un hecho literariamente impactante, innovador ocmo para interesarnos en su recuerdo. Excúsame mi sinceridad. Pero soy así. delfinnegro
 
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