LOS MUERTOS

El muchacho había leído muchas historias en las que los muertos eran pura ficción de los escritores. Pero puso mayor atención y tomó más en serio las narraciones de los viejos, quienes juraban y perjuraban que sí, que los muertos salen. Tenía sus dudas. ¿A quién creer? Definitivamente, no tiraría un chele para arriba. No es cosa de cara o cruz ni de suerte. Le gustaría pensarlo profundamente (futuro del modo potencial).
Más, el momento no lo permite. Está mirando al muerto ahora y aquí (en el presente del modo indicativo). Lo observa en la oscuridad de su propia habitación.
Se abalanzó sobre la sombra blanca que se movía rítmicamente como si fuese a caerle encima, a abrazarlo y llevarlo a los infiernos. No era sombra como pensaba, ni la traspasó. “A todas luces los viejos tenían razón”, concluyó asustado. Sintió un cuerpo duro y agresivo. Misterioso. El terror revolvió su mente. Era ciertamente un muerto cuyos brazos casi lo envolvían. Se desmayó. Quedó inconsciente toda la noche. Sufrió toda clase de pesadillas.
Al recobrar la conciencia, se vio manchas rojinegras en la camisa y el pantalón. Pero tuvo ánimo para desprenderle la soga, quitarle el nudo ensangrentado y depositar sobre la cama el cadáver de su padre.