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Once días con sus noches estuvo parado con los brazos cruzados, en una esquina del patio cuatro de la penitenciaria Picaleña de Ibagué, sin comer ni dormir, observando sus pensamientos, haciendo fuerza por despertar de lo que parecía una terrible pesadilla, hasta caer derrumbado por la inconciencia que acudió piadosa a su auxilio, luego de haber invocado con inutilidad muchas veces a la muerte.



Armando Guevara despertó con la certidumbre de haber amanecido en su cama, pero bastó solo mirar para el lado en donde acostumbraba dejar sus aperos de labranza, para comprender que el mal sueño era la realidad y que de allí para delante debía estar encerrado muchos años, pues un juez en ausencia lo sentenció por secuestrador y extorsionista.



La misma fuerza que hizo para despertarse, la usó para buscar con afán el sitio de su memoria en donde residía la evocación del señor que había secuestrado en el pueblo al que jamás había ido, pero las gavetas de sus recuerdos se negaron a reconocer lo que nunca habían tenido y Armando Guevara, perdió el juicio, enloqueció y ya dejó de preocuparse por entender el desafuero de la razón jurídica que lo apartó de su mujer e hijos, del maizal enraizado que lo esperaba con la urgencia del clima y el rastrojo y del machete nuevo que había comprado el día anterior a su detención y que ¡caramba ahora lo recordaba!, había dejado afuera junto al lavadero en donde estaba su María a quien besó, esa tardecita en que lo cogieron esposado, lo trajeron a Ibagué y sin explicación alguna lo metieron al panóptico. –Ojalá haya acatado meter la rula al cuarto, no sea que se apompe— fue la última concesión que le hizo la locura antes de su victoria final.



El tinterillo que sacó de la cárcel a Armando, -- muchos aseguran es el mejor abogado de Ibagué -, lo esperó a la salida y personalmente lo llevó en su carro blanco a Chicoral. En el corto y placentero viaje, el recién liberado, se sorbió el aire de ese llano inmenso del Tolima, con los ojos entrecerrados, aún sin creer que estaba suelto. Al llegar al pueblo se prendió la fiesta, se fiaron varias botellas de aguardiente y cuatro gallinas gordas fueron invitadas a la ocasión. La gente se arremolinó y cada cual quería manifestar a su manera lo grato de volver a ver al preso luego de treinta días, dos horas y veinticuatro minutos de ausencia.



--Estoy mamado de estar diciendo a todos lo mismo— clamó el tinterillo ya achispado, luego de encaramarse al viejo guásimo a guisa de tribuna e imponer silencio, -- pongan cuidado, porque no voy a estar repitiendo la misma vaina; primero, no me digan doctor así que pueden sacar las manos de los bolsillos que aquí están bien seguros y segundo, Armando, estuvo en la cárcel por llamarse Guevara, el que buscaban se llama Vergara y como en el cuento, quien sabe en que cosa estaba pensando la fiscal cuando lo confundió.



La casa amenazó caerse con la risa general. –Carajo que tipo tan simpático--, dijo uno; -- la berraquera, lo sacó en doce días – dijo otro. – Que le den mas trago, que el hombre está sediento-, apuró un tercero.



A estas llegó la Reina del Barrio y leyó el decreto que declara al conocedor de las leyes “Amigo de la Junta de Acción Comunal” y le puso una cadena de flores de acacio, lo besó largamente, pues como dijo luego a Estelita Silvestre, --el tipo no es feo, ¡Hola!-. Enseguida vinieron los músicos con acordeón, guitarras y guacharaca. Como recuerda doña Clara Guarnizo echándose la bendición mirando al cielo: –Nooo, ¡que fiestononón!--.



A medianoche los fiestistas cayeron en la cuenta que el reo agasajado apenas si se había dejado ver cuando llegó y muchos pensaron que era mejor dejarlo hacer, pero cuando vieron a María, su mujer bailando con Serafín Tacumá, dijeron que no era eso y cuando vieron a Doña Pola, la mamá roncando boca arriba, sentada sobre el taburete, dijeron que tampoco era eso. Se perdió Armando otra vez, caramba.



Pero no, perdido no estaba, en la pieza marital parado en una esquina, con la mirada extraviada y llena de miedo, las manos entrelazadas y a la altura del mentón, meciéndose hacia atrás y adelante, encontraron a Armando Guevara. Han pasado varios años y así ha estado hasta ahora, sus hermanas le llevan la comida, lo visten y le cortan el pelo, “estenoesel” dizque dijo la mujer y lo dejó, la hijita menor asegura que el diablo se le metió en el cuerpo a su papá y le da miedo ir a visitarlo.



Lo he visto y algo alcanzo a comprender de sus susurros: dice que es mejor no estar afuera, que en el campo hay peligros y el palo no está para cucharas, los espantos le quitan el sueño de los martes y que adonde hay que firmar. Cuenta de las estrellitas que ven sus ojos en la oscuridad y que por favor no hable tan duro, no sea que las sombras del silencio lleguen hasta él para llevarlo de nuevo hasta las regiones del miedo; que el machete perdió el filo, --como se lo dije, malhaya la cosa hombre--, que la próxima semana va a vender la cosecha y –quiubo María que no le trae tinto al hijo del doctor—.

Texto agregado el 19-04-2009, y leído por 137 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-04-2009 Una confusión de apellidos funesta. Excelente relato, muy bien logrado. neige
19-04-2009 Hombre, me parecio muy bueno, muy bien narrado, y el clima magnifico. Muestras la cosa con gran realidad, se ve todo. Te ganaste las estrellas. ouacosta
 
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