La Mujer Perfecta

Había un brillo mágico en sus ojos, eran profundos y demostraban al mismo tiempo una infinita sabiduría de milenios, y una ternura de pequeña niña descubriendo su mundo. Ella se entregaba por entero a la inocencia de una nueva relación, amaba de forma incondicional, enfocaba su sabiduría en la confianza y en el amor. Cuando sus sentimientos eran liberados, era como ver volar una bandada de las aves más hermosas que pudiesen existir, cada una danzando su propia creación, pero en perfecta armonía con el resto para lograr un efecto común, un efecto mágico en quienes la conocíamos.

Había un timbre sobrenatural en su voz. Era imposible contradecirla, porque nunca decía palabras con las que alguien pudiera no estar de acuerdo. La forma en que hablaba era un constante canto a la vida y al amor. Colocaba los acentos precisos para conseguir hipnotizar a sus oyentes, para llevarlos a un paseo por las nubes, a las montañas, o hacia donde ella quisiera. Cuando cantaba, todos los otros sonidos del mundo se apagaban, avergonzados de mostrarse ante tan mágico competidor.

Sus movimientos eran exquisitamente casuales y perfectos al mismo tiempo. Probablemente ella nunca se percató, pero era imposible no deleitarse al verla caminar por las cercanías. Ni hombres ni mujeres podían quitarle la vista. El mismo paisaje se detenía para verla pasar a través de él, se inmovilizaba para no distorsionar tanta armonía.

Cierto día de otoño ella se fue. La nave espacial se posó en el centro del parque, mientras llorábamos desconsolados por su partida. En el fondo sabíamos que ella no podía pertenecer a este mundo.

Jota