Os puedo ver a los dos, ahora, sentados el uno al lado del otro en el sofá, sin deciros nada y dejándoos querer por la inercia de vuestro amor, abrazados sin otra necesidad. A ti, Lucía, te veo como siempre te vi, con mis ojos de enamorado, sonriente ante las caricias pausadas de quien está contigo y que a pesar de su aparente normalidad, de esa calma y actitud reposada dueña de sus movimientos, está tremendamente inquieto por dentro. Os he visto llegar y entrar en el apartamento, con ese mismo rumor de silencio y lentitud. He visto como él ha preparado dos cafés que son los que ahora, en la mesa frente al sofá donde os amáis por última vez, dejan volar este hilo de humo que aromatiza la situación, un olor amargo de lo más apropiado. Y tú le has dicho: “¿Qué querías decirme que es tan importante?”. Y él, aún decidiendo el momento adecuado para recoger el valor suficiente, ha cogido aire y resoplado dispuesto a confesártelo.
Puedo veros, y no es la primera vez, como cuando os vi en aquel precioso reencuentro. Él iba a casa de un amigo con el que comer y charlar después de meses sin verse, y tú, Lucía, simplemente ibas a comprar el pan a la panadería más cercana a tu casa. Te reconoció desde lejos y le invadieron al instante todas esas sensaciones que podía provocar un reencuentro como ese, las de la emoción por volver a ver ese amor adolescente diez años después de tu huída. No sabía si saludarte, lo adiviné en sus ojos, pero finalmente, cuando ya os habíais cruzado y él daba por hecho que no le habías reconocido, oyó por sorpresa tu voz: “¡Pablo!”. Y fue entonces cuando se giró y balbuceó nerviosamente, desconcertado, dudando de sus propias palabras: “¿Lucía?”. Lo hizo por ti, por no complicarte la vida, porque creyó que sólo sería un encuentro fortuito y que, tras la anécdota, regresaríais al pozo del olvido que os había distanciado. Fue por eso que se giró, tú comprobaste que realmente fuese él y entablasteis esa charla llena de nostalgias y recuerdos de los viejos tiempos, apenas unas frases para diez años de vidas paralelas. “¿Qué tal tu hermano Javier?”, le preguntaste casi al final de la conversación, y esa fue la pregunta de los sentimientos opuestos, del sentirse recordado realmente pero, a la vez, la de sentirse apuñalado: “murió en un accidente de coche”. Tu sentimiento de tristeza, tus preguntas entorno al tema y ese real interés por lo sucedido fueron aumentando en él la desesperación porque aquello quedase en un simple reencuentro, en un instante de recuerdos agradable y poco más. Pero fuiste tú quien se animó a recuperar el tiempo perdido y a quedar algún día.
Pude veros también esa vez, a ti ilusionada con la romántica ilusión de rescatar una historia de amor interrumpida, la que con veinte años te había hecho sentir feliz y amada, la misma que por primera vez te hizo latir con fuerza el corazón, como ninguna otra. Y él, aún dubitativo, sin saber si era correcto reempezar algo que ya casi había olvidado, quizás porque fuiste tú, Lucía, quien desapareció para no volver jamás. Os vi en aquel restaurante, cenando, su dedo nervioso golpeando insistentemente el mantel sobre la mesa, tu mejor sonrisa, sus ojos esquivos, tu mirada chispeante, como todo se fue distendiendo poco a poco y, al final, lograste relajarlo y que olvidase el pasado. Fue entonces el momento preciso, el instante en el que conseguiste recuperarlo, que volviese a ser tuyo, logrando que se dejase enamorar, quizás precipitado, como cayendo en una trampa que siempre trató de evitar, pero finalmente rendido y feliz de que así fuese. Esa noche fue la primera de una historia de amor idéntica a otra.
Y no queda todo ahí, Lucía, te explico, que también os vi durante toda esa relación. Por ejemplo, ese día en el cine, rememorando con ilusión la sensación adolescente de sentirse oculto en la oscuridad de la sala, besándoos ante la rigurosa mirada del actor de turno, que siempre soñó en interpretar una historia como la vuestra. Planeando ir a vivir juntos, a pesar de sus iniciales reticencias, imaginando un futuro unidos, sin dejar de amaros nunca jamás. Atrás, en la última fila, él te preguntó tímidamente al oído: “¿Qué recuerdas de mi hermano?”. Te sorprendiste, atónita por lo inapropiado de la pregunta, y le contestaste con sinceridad, aunque incapaz de disimular la indiferencia que siempre sentiste por Javier: “Le recuerdo siempre junto a ti, dos gemelos inseparables. Es una lástima que ahora que nos volvemos a ver, a enamorar, no esté él para vivirlo”.
Así os he visto, durante todo este tiempo, no sé si llegará a un año, y así es como he llegado a veros hasta ahora, hoy mismo. Sentados el uno al lado del otro en el sofá, y tú le has dicho: “¿Qué querías decirme que es tan importante?”. Y él, impregnado por la amargura del olor a café, sintiendo el valor necesario, por fin, lo ha dicho: “Yo no soy Pablo, soy Javier, y él es quien murió en un accidente de coche”. Y te veo ahora, llorar por sentirte engañada, utilizada y, además, por saber que ha muerto la persona que más has amado, dos veces. Te veo salir del apartamento de él, de mi hermano Javier, odiándole, corriendo sin saber a dónde, deshaciendo la historia que juntos habíais creado. Y no lo entiendo, Lucía, qué más daba Pablo o Javier, si siempre hemos sido como el mismo ser. Dime que diferencia has notado, que había en mí que él no tuviera, dime si había algo que lo hiciera tan extraño como siempre lo viste cuando sólo tenías veinte años, cuando él ya te quería en silencio, mientras tú y yo nos amábamos. No lo entiendo, como puedes huir con lo que le querías, con lo que me querías, si viéndoos juntos yo era feliz. Dime qué importa la mentira si es él quien has conocido, quien has amado todo este tiempo. Os veo ahora, desde la distancia que me otorga el haberme marchado para siempre, y no dejó de sufrir, otra vez, por tu huída.
Sí, también le veo a él, ahora, sentado en el sofá, solo, desolado, llorando lágrimas de amargura, envuelto en el aroma a café, sintiendo el nudo en la garganta provocado por la mentira incontrolable, inocente, latente una vez dejada en libertad, dispuesta a aparecer finalmente para trastocarlo todo. Vamos, Lucía, regresa para recuperarle. Regresa antes de que, como está pensando, decida por su propia cuenta venir junto a su hermano.
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