Había una vez un artesano – ebanista- que realizaba toda clase de tallas en madera, que es lo que hacen estas personas.
Trabajaba primorosamente la madera, dándole formas que veía en su búsqueda cotidiana por las calles de su pueblo.
Un día tallaba un perro en negra madera de ébano, otro día un indio con el rojo corazón del quebracho, que además es una madera muy dura.
Las niñas y jovencitas también eran modelos de sus trabajos, para ellas usaba palo rosa.
Siempre tenía lindas obras, y a veces realizaba exposiciones en las salas de la parroquia o en la plaza del pueblo.
Cierta vez, para unas fiestas religiosas le pidieron que pusiera sus trabajos en la trayectoria de la procesión.
Así que durante la mañana se estuvo preparando la exposición en la calle principal del pueblo, que era donde estaban los principales comercios de aquel lugar.
Pero ese día, se tuvo que suspender pues amaneció lluvioso, así que se retiró todo lo que no podía soportar las inclemencias del tiempo.
Las estatuas o imágenes, con lonas enceradas, quedaron afuera en sus pedestales.
Llovió toda la noche y nuestro amigo el artesano no podía dormir pensando en sus hijos (él consideraba así a sus trabajos) y por eso, como a media noche, abrigándose bien, se dirigió a la calle a ver como estaban.
Al llegar allí notó que las cosas no se hallaban como las había dejado, y pensó que alguien, por alguna razón las habría cambiado de lugar.
El pastor negro, de madera de ébano, estaba al lado de la virgen y el niño y el perro, también de ébano, parecía custodiar al grupo de niñas de palo rosa.
Una vez que vio que todo estaba en orden, volvió a dormir, y en sus sueños fue visitado por sus amigos.
El pastor negro, estaba cuidando a la virgen, y vino a pedirle autorización para ser el guardián de la señora y el niño.
-Tú que nos creaste con amor, pero sin sentido, no nos has dado una razón de existir, más que el sólo adorno y tu compañía. Ni yo tengo ovejas que pastorear, ni el perro amo a quién guardar, ni las niñas tienen unos padres a quién querer…
-Y las aves de caoba que hiciste, aún con sus hermosos colores y primorosos detalles, no trinan ni pueden alzar el vuelo, y el indio de quebracho no tiene tribu donde estar, ni arroyos donde pescar ni bosques donde cazar…
-¿Por qué no nos diste un poco de vida? No queremos ser sólo objetos decorativos, queremos tener vida de alguna forma…¿puedes ayudarnos?
El hombre se revolvía en su cama preso de su sueño, ¡no era nada casi, darle vida a sus tallas!
Cuando despertó, bien temprano, fue a ver sus trabajos y los estuvo arreglando como quería que se vieran, pero al correr al pastor, encontró algo que lo dejó asombrado…
Unos niños, que sin duda habían venido de lejos estaban acurrucados bajo aquella imagen, y haciendo de resguardo, la virgen y el niño.
Habían pasado la noche allí mismo, ya que venía gente de muy lejos, y a estos pequeñines sus tallas le habían servido de abrigo durante aquella noche de lluvia.
Pensó, recordando el sueño que ésta era una forma de vida que recibieron, dándole protección a otra vida.
Pero aún así, a la noche siguiente volvieron a sus sueños las otras imágenes, y le pedían que les diera vida de verdad.
Volvió a pensar, y resolvió después de la exposición, poner al indio de quebracho en algún paseo público. Y así lo hizo.
Pero su sorpresa fue mayúscula al ir de visita al paseo y ver a su fiero indio convertido en pie de plantas trepadoras en donde habían anidado unas ratoneras, que son unos pajarillos muy pequeños y vivaces.
Pero a la otra noche, fue de nuevo visitado, esta vez por el perro, que le dijo:
-Amo, hay algo que tu no sabes, a una niña de un pueblo vecino se le murió hace unos día su perrito de verdad, y está muy triste, yo quisiera si tu no te opones, acompañarla hasta que se le pase y vuelva a sonreir.
Al día siguiente, un señor golpeó a la puerta del taller del artesano a pedirle si no le vendía su perro, pues su hija estaba muy triste porque se le había muerto su mascotita, a lo que el artesano accedió gustoso, mas no vendiéndolo sino que se lo regaló, como una forma de hacer realidad el pedido del perro. Al mirarlo por última vez, le pareció notar un brillo extraño en los ojos del perro.
Y así, todos sus trabajos fueron encontrando un lugar.
Las niñas, un colegio, donde serían el símbolo puesto en el patio.
La virgen y el niño un lugar en la parroquia, y sus pájaros de caoba, los regaló a una viuda muy pobre, que en invierno, cuando no tenía como calentar a sus hijos, con lágrimas en sus ojos los puso al fuego, viéndolos volar uno por uno convertidos en calor, que es vida.
De esta historia que nadie me contó, aprendí que lo bello si está oculto no sirve de nada, y como un emperador japonés que cortó todas las flores de su jardín para poder contemplar a la más bella sin nada que lo distrajera, así todos debemos prestar atención a la verdadera belleza que está en las cosas cotidianas, sin dejar que nada nos impida ver lo hermoso que es vivir.
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