La selva de asfalto cambió repentinamente. Ya no suele ser esa ciudad de hierro y esmog. Ahora es un planeta gris. Un cráter desierto. Un camino de ruinas, donde las sombras mueren de sed.

El equilibrio se esfumó. La oscuridad empaña las siluetas sin amor. Simplemente las oculta entre la niebla.

La ciudad ahora es un lugar vació, lleno de manos frías y bocas sin aliento.

Las luces no iluminan como antes. Ahora ocultan algo. El ruido enmudece. Sólo quedan las ánimas durmiendo entre redes.

De la fuente de la diana, ya no brota agua. Ahora escupe acertijos que rasgan los dientes.

El Ángel no custodia a los habitantes. Se ha vuelto vulnerable a las alas de Cupido.

El segundo piso no funciona. Se protege del viento, mientras la Basílica dejó de respirar, ese mismo instante que dejó de soñar.

El cielo ya no llora; y el sol se quema entre brasas.

El suelo se repite. Ahora sólo queda, un reloj de arena, gimiendo en la oscuridad.