Lo primero que me preguntó Óscar fue si era maricón. Después de todo, ¿Tengo cara de maricón?
No supe qué decir. No pensé que él me iba a preguntar eso. Dije la verdad. De hecho, comencé a contarle mi vida.
Obviamente omití detalles. No hay que ser imbécil. ni siquiera al cura hay que contarle todo. Que Dios dicte después que será de nosotros. Me basta conque él sepa lo que realizo.
La historia de Óscar era aburrida. Era un típico hombre de trabajo. Un contratista. Relativamente acomodado. Una casa, una esposa, una amante, hijos típicos, amigos típicos, todo era ideal.
Algo en mi interior me decía que debía darle vitaminas a esa vida tan pasiva.
- ¿Quieres que te la chupe? –le pregunté. – No tengo dinero para pagarte el viaje, pero puedo darte un poco de entretención. –¿Qué dices?.
Óscar puso la cara de todos los colores posibles. Parecía un camaleón.
- Tranquilo –le dije–, temiendo haber hecho una estupidez. – Si no quieres solo dímelo. –¿Te molesta que te pregunte esto? No sé. Tú activaste algo en mí cuando me preguntas de frontón si yo era maricón. Vamos dime algo. Por último, mándame a la chucha.
- Muy bien –dijo–, Chúpamela. Pero aquí no, déjame apartarme en el camino.
- Sí, sí. No quiero que provoques un accidente en la carretera con tanta distracción que vas a tener.
- ¿Te lo puedo meter? –suspiró–. Si quieres te pago. No sé, hay algo especial en ti Radamantis. No puedo evitarlo.
Óscar se alejó del camino lo suficiente para que no descubrieran la camioneta blanca.
- Está bien –dije–, pero despacio que tengo delicado el culo.
Abrí la puerta de la camioneta. Salimos al exterior. El sol continuaba implacable en su calor. Nos alejamos rumbo a unos matorrales. Entonces, me di cuenta que Óscar estaba demasiado nervioso.
- Tranquilo – dije – ya llegó tu mamacita.