Esa mañana caminé sin un rumbo fijo.
Sentí que los años se iban apoderando de mi cuerpo, de una manera inclemente, me asfixiaba el vivir, me asfixiaba buscar a mi padre.
Estaba lloviendo. El camino estaba cercado por matorrales, zarzamoras, rosa mosqueta, arbustos, tierra amarilla, erosionada, sol radiante, transpiraciones, sed, hambre, muerte...
El incendio me dejó aturdido. ¿Cuántos años tengo realmente?. Así estaba mi vida, una vida de 35 años o menos, tal vez más, un poco más. Sobre los treinta. Mi madre hace mucho tiempo que es polvo. Los gusanos que se la comieron ya deben estar muertos también. Y debo creer que el maldito recuerdo de Puig se ha consumido con su vida. el calor es sofocante, no es grato caminar a pleno sol veraniego sin un bloqueador. Menos mal que no soy de piel blanca.
¿A quién asesiné hoy día? A veces pienso que me asesino tantas veces nunca. Bueno, sí, maté a alguien. Una muchacha, otra más, como esa niña en Talcahuano. Qué será de mi pobre Enrique. Tan sentimental, tan tierno, tanto que lo amaba. Pero mi camino era estar alejado del suyo. ¿Qué otra cosa puedo hacer? ¿Dónde está mi padre?
La vida es una mierda. Siempre fui un débil. Una persona enfermiza, los inviernos eran sinónimo de neumonía, largas temporadas en la cama, con tos, mucosidades, con los pulmones saliéndose por la garganta o los oídos. Definitivamente, Radamantis es un fenómeno.
No me considero cruel. Comencé a leer a Poe por instinto de sobrevivencia, para huir del amanerado Puig, huir de mi madre, de sus largas jornadas de ensimismamiento, de los recuerdos tormentosos sobre mi padre, de las veladas en la casa de campo que he incendiado, de todo ello y por ello leí y leí a Poe. A veces siento que Poe me ha abandonado. Que soy tan inútil e inepto para ser un protagonista de sus extraordinarios relatos.
Ni siquiera alcanzo para ser un protagonista bukowskiano.
Una camioneta que se acerca. Lo más conveniente es hacer dedo. Aunque quiero caminar, pero este maldito sol me está derritiendo.
- Hola, soy Radamantis –dije. ¿Me puede llevar?
- Yo soy Óscar Aguirre – respondió una voz grave. –te puedo llevar hasta el cruce Reunión, yo voy a Chillán.
- ¿Y no me puede llevar a Chillán?. – dije – Prometo no asesinarlo.
- ¡Oh!. ¡Qué alivio!. Pensé que iba a Concepción. Suba no más, ya habrá tema de conversación.
- O de otras cosas – pensé – o de otras cosas.
No pude disimular una sonrisa.