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Inicio / Cuenteros Locales / JUANPIX / RADAMANTIS (PARTE 5)

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Había sido un mes desastroso en todo el sentido de la palabra. Se sentía perturbada y ya estaban asomándose los indicios de una futura depresión. Debía actuar, salir de su catarsis, dejar su pasividad y volver nuevamente a la realidad. Pero los intentos sólo se quedaron en eso, intentos. No había posibilidades de cambio por el momento, parece que aún no llegaba al final del abismo por lo que seguía en su estrepitosa caída libre. Esa mañana como si fuera una avizora de su futuro, concurrían a ella los asomos de su emergente e incipiente locura. Envuelta en deudas e hipotecas con un proceso judicial de por medio y la posibilidad cada vez más concreta de que su hijo entrara en la universidad, su mente ideaba mil artificios por día buscando soluciones para todas sus interrogantes, pero nada era brillante sus ideas se encontraban llenas de inverosímiles y quimeras sin resultados posibles a realizar. Todo esto fue trastocando su físico. La mente perturbada hace tiempo era ahora acompañada en su camino a la perdición por su cuerpo. “Te ves horrible” – sentenciaba una compañera de trabajo -. Ella... ella ya no se veía. ¡Gladis!, ¿Porqué no te tomas unas vacaciones? – era su jefe que le hablaba en ese momento. ¡ No las necesito! – dijo casi instintivamente sintiendo que había sido una ofensa el comentario que le hizo su jefe y repitiéndose mentalmente ¡no las necesito!, me siento bien, ellos están mal. - ¡Gladis!... creo que no me entendió, está despedida. No hay recuerdos concretos de su situación tras abandonar el despacho de su jefe, se encontraba deambulando por Yumbel sin reconocer rostros, calles o casas, al parecer se había terminado de formar la burbuja y ella se encontraba por fin dentro de ella y no estaba dispuesta a salir por nada del mundo, dos pasos más y después una caída.

Alejandra entró en la pieza.
Bueno, en realidad, no recuerdo si fue Alejandra, Camila, Macarena, Fabiola o alguna desconocida. Estaba demasiado borracho para recordar quien intentaba engatusarme en esas largas y turbulentas horas. Demasiados vasos de ron. Ella llevaba un perfume popular. Una loción típica de mujer de clase media que no puede darse el lujo de gastar más de la cuenta. Yo estaba recostado en la habitación, intentaba dormir, pero no había caso. Me encontraba borracho y punto.
- Siéntate.– dije.
Cayó pesadamente en el borde de la cama. Poco a poco fue desnudándose. Mis ojos, nublados por el alcohol, veían muchos cuerpos desnudos.
- ¿Quién eres?– dije. –Podrías decirme tu nombre muñeca.
- No soy una muñeca. ¿Quieres tener sexo?
- ¡Qué extraño nombre!.
- ¿Cuál?, ¿Estás muy borracho Radamantis?
- No estoy borracho. Un poco feliz. Jamás había conocido a una persona que se llamara Muñeca Sexo. Y yo que pensaba que mi nombre era raro.
- ¿Muñeca Sexo?
- No te avergüences, yo no me burlo.
- ¿Avergonzarme?
- No te hagas la loca. –Mira, Muñeca, tu nombre es raro. Pero alégrate, me excita cómo te llamas. Imagínate cuando te vea desnuda. Tus piernas largas. Tu pelo brillante. Tus ojos verdes. Tu aliento de niña mala. Definitivamente me gustaría estar contigo señorita Muñeca Sexo.
Ella se quedó callada.
- Eh, Muñeca.
- ¿Ehhh? –dijo acostándose al lado de mi cuerpo.
- ¿Qué haces aquí?. ¿Te conozco?
- Sí, claro.
Tomé un lápiz de pasta azul que estaba en el velador y se lo enterré en su muslo derecho. Ella comenzó a gritar como endemoniada. Yo la abofeteé hasta que la sangre comenzó a circular por su nariz aguileña. Ella quedó inconsciente unos instantes.
- Necesitaré saber cuánto me cobras por la hora. – dije – últimamente estoy muy escaso de plata.
Me levanté a tumbos. Todo daba vueltas en la habitación. Sentía que mis manos estaban ardiendo. Ella estaba inconsciente en la cama. Desnuda. Con el lápiz sumergido en su muslo derecho. No pude contener la risa. ¡Aquí está el lápiz!. Y yo que lo andaba buscando para firmarte un cheque, querida Muñeca Sexo. Continué moviéndome de un lado para otro. No recuerdo en qué momento me quedé dormido.
Cuando desperté el dinosaurio todavía estaba allí. El dinosaurio era mi maldita resaca. Escuché un leve murmullo. Una especie de plegaria. Una voz que estaba extinguiéndose. Fue entonces cuando vi el cuadro dantesco.
Había una muchacha en la cama, amarrada, desnuda, con un lápiz en el muslo derecho, ensangrentada, amordazada, desesperada, una mujer que me miraba con odio.
- ¿Quién eres tú y qué haces en mi cama? – dije –
Evidentemente, no me contestaba porque estaba amordazada.
- Dime, ¿Te gusta la literatura?. ¿Has oído hablar de un escritor argentino que se llama Manuel Puig?.
Pero nada. Su mirada estaba perdida en otra parte. Yo quería respuestas, ella me ofrecía dudas. De pronto, fui consciente de que esa mujer era una de las protagonistas del maldito Puig. Entonces, me acordé de mi madre. De mi estúpida madre que se suicidó por culpa de ese padre ausente. Un padre que detesto y que mataré algún día. Un padre que debe ser tan hijo de puta como ese Puig que le llenó la cabeza de mierda y basura a mi santa madre. Fue más fuerte que yo. Ella, tan inquieta, en su desesperada lucha por sobrevivir a mí, y yo, tan estúpido, frente a ella, contemplando a mi madre, a esas largas horas frente a ese libro, horas en que nada existía, ni siquiera yo, su Radamantis, todo era de Puig.
Salté como un demente a la cama. Ella no opuso resistencia. Comencé a estrangularla con mis manos. La respiración comenzó a faltarme, pareciera que era yo quien moría, así, continué hasta que la última lágrima de ella circuló por su mejilla izquierda, y mi transpiración corría como un vendaval por mi cuello. Ella estaba muerta. Yo maté a Muñeca Sexo.
No. No la maté. La destrocé. Aún muerta estaba presente en mi memoria la imagen de mi madre en esa mujer. Entonces, tomé ese cuerpo sin vida y comencé a azotarlo por las paredes de mi dormitorio. Era una suerte el estar en el campo, tan alejado del otro vecino. Las paredes de adobe se ensangrentaron y poco a poco se fueron tornando hediondas. Había destrozado la cabeza de Muñeca Sexo. Un olor a podrido salía de su cuerpo. Quise vomitar. Vomité al lado de los pedazos de cerebro que estaban esparcidos en el piso.
Entonces, salí corriendo de esa casa. Eran alrededor de las cinco de la mañana. Todo daba vueltas. Continuaba borracho, pero ahora la adrenalina se había apoderado de mi cuerpo. Y lo hice. Quemé la casa de campo de mi madre. La destruí totalmente. El fuego consumió todo. Yo no maté a Muñeca Sexo. La despedacé y quemé su cuerpo.

Texto agregado el 16-04-2009, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


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