Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
(LUIS CERNUDA)
La sensación de soledad, abro mis ojos, la sinfonía de la lluvia, muchas lágrimas que corren por mi costado.
¡Valor!, La casa está desolada, como mi vida, sucia y vacía, llena de inmundicias y preguntas: ¿Qué hago aquí?, ¿Quién se acuerda de este hombre?. La vida es una larga jornada de sinsabores, hoy pude comprobar cuan injusta es a veces. Hoy murió mi madre, el silencio contienen mis lágrimas.
Me llamo Radamantis, un nombre original, inadecuado, un capricho de mi padre, imborrable, doloroso y agobiante. Como dije, me llamo Radamantis y ésta es mi historia. La historia que parte con la muerte de mi madre, la mujer más perfecta que haya conocido, mi único sustento, mi cable a tierra, mi mejor amiga, en otras palabras, ella era toda mi vida.
Sin ella el futuro es poco auspicioso. Sólo me resta cumplir la última promesa que le hice: “Ve, hijo mío – me dijo – y encuentra a tu padre”. Nada más, ni un solo detalle de su paradero, un padre ausente, un ser desconocido, aquel personaje odiado en mi infancia, el príncipe que nunca vino a rescatar a mi madre, la persona que dejó que se muriera, que no evitó detener el maldito cáncer, aquel cobarde que huyó de la casa cuando supo que mi madre nunca más tendría otro hijo, sólo yo, yo fui el motivo de la huida de este hombre, yo fui el responsable de las desgracias de mi querida madre, por mi culpa se rompieron los lazos de amor de estos dos seres, mi nombre es lo que soy, soy único, un entrometido, un estorbo, una inmundicia, un miserable sujeto incapaz de vivir su propia vida y estar siempre bajo las polleras de su santa madre. ¿Qué será de mí?, Silencio. Sólo sé que debo emprender el largo viaje en búsqueda de mi padre, el único familiar que me queda, la persona que más odio y que me odia. Encontraré a mi padre y le daré muerte.
La envolví en una toalla toda ensangrentada y telefoneé a casa de mi amigo Enrique. Fue un trabajo muy arduo, ya que tenía que hacer todo con un solo brazo, mientras el otro sostenía su cuerpo. La sangre comenzó a correr libremente por la toalla y el piso de madera. Se escuchó la voz de mi amigo.
- ¿Qué te pasa ahora? ¿Has vuelto a hacer otra estupidez?
- No, algo más crítico.
- ¿Qué te parece si mañana conversamos Radamantis?
- Enrique, es una emergencia.
- ¿Qué hiciste?
- Por favor, debes ayudarme.
- Lo intentaré. ¿Puedes venir a mi casa ahora?.
- Sí, gracias amigo.
Me saqué la camisa ensangrentada y la tiré en la lavadora. Tomé el cuerpo y lo coloqué en mi cama. Al estar desnudo, en el espejo me di cuenta que tenía sangre seca en mi pecho. Con un trapo viejo que mojé con agua intenté sacarme esa porquería de mi cuerpo. Mi pene se puso rígido, como si mi limpieza lo estimulara. Dejé el cuerpo en la cama y salí a la casa de mi amigo. Desesperado. Corrí por las calles, no me di cuenta que iba con el dorso desnudo. Unas muchachas que salían de una fiesta me empezaron a molestar por mi detestable estado físico. Pensé que debía dejar de comer tantas pizzas, pensé que esas putas se arrepentirían de esta burla. La respiración se iba debilitando. Tuve que detenerme unos instantes. Un maldito perro intentó morderme en la pierna izquierda. Todo daba vueltas en mi cabeza: sangre, muerte, sexo, drogas o el grito de esa muchachita. Mi amigo estaba afuera de su casa esperándome. Eran alrededor de las tres de la madrugada.
- Hola, Radamantis, ¿Y tu camisa?. ¿No tienes frío?...
- ¡Por favor, Enrique, necesito que me ayudes!. Es una emergencia. No es broma.
- Tranquilízate hombre. Mira, entra en la casa y me cuentas qué te pasa.
La casa de Enrique era espectacular comparada con mi departamento que era un completo desastre. Me senté en el sillón, después de un rato Enrique regresó con un polerón y con dos botellas de cerveza.
- ¿Qué pasa, Radamantis?
- Necesito tu ayuda.
Estaba demasiado nervioso, no sabía por dónde comenzar mi historia, si debía omitir ciertos puntos o contarle todo a mi amigo.
- Vamos hombre. Tranquilízate y cuéntame qué te pasa.
Cerré mis ojos unos instantes. La imagen de la muchacha estaba incrustada en mi mente.
- Enrique –dije-, asesiné a una muchacha. Es una niña todavía. Creo que no tiene más de doce años. La invité a mi casa para que se llevara unos regalos que había comprado para su cumpleaños. Ella accedió. Tú sabes como son las niñas de este pueblo. Comimos pizza, estuvimos viendo una película. Traje sus regalos. Eran dos hermosas muñecas que compré la semana pasada cuando fui a Chillán. Todo era normal amigo. Ella me sonreía, estaba muy feliz con sus regalos. Estiró su manito izquierda y la sujetó junto a la mía.
- Es una broma no es cierto Radamantis. Vamos, dime de una vez por todas qué te pasa amigo.
- Se llamaba Nicole, vive dos cuadras más allá de mi departamento. Tú la conoces, es la hija de Don Jaime, el carpintero...
- ¿La pequeña Nicole?
- Sí, ella.
- Tiene sólo nueve años.
- Ella me dijo que tenía doce. Te lo juro Enrique. La próxima semana cumplo trece años – me dijo. Fue entonces cuando se me ocurrió hace dos semanas atrás, comprarle un regalo. Si hubieras visto sus ojitos cuando vio las dos muñecas. Me sentí demasiado feliz. Yo no quería hacerle daño.
- Cálmate hombre. Por Dios. Siéntate Radamantis.
- La culpa es de mi padre. Sí. Él siempre es el responsable de mis actos... él nunca me quiso Enrique, nos abandonó a los dos. Mi madre lloró mucho tiempo.
- Tú no conoces a tu padre.
- Lo sé. Ni siquiera tengo una foto suya. Pero lo encontraré.
- Radamantis. Háblame de tu historia. ¿Dónde está Nicole?.
- Está en mi cama, muerta. Ella tomó mi mano unos instantes. Después la soltó y me abrazó dulcemente. Me dio un beso en la mejilla y me dijo que me quería mucho. Yo no pude controlar a mi pene. Ella me abrazaba con sus manitas y yo estaba ardiendo por dentro. Intenté controlarme, te lo juro. Me levanté apresuradamente. Fui al baño. Cuando regresé ella estaba viendo la televisión. Me dijo que se tenía que ir a su casa, que era muy tarde. Entonces, me desnudé al frente de ella. Ella me miraba sorprendida, no sé si había visto alguna vez a un hombre desnudo. Yo le dije que se acercara, que le iba a dar otro regalo. Ella ingenuamente se acercó a mí.
- ¿Qué le hiciste?
- La tomé entre mis manos y la fui a dejar a mi dormitorio. Te juro que todavía luchaba conmigo para abandonar semejante locura.
- ¿Dónde está Nicole?
- Muerta. Le dije que cerrara sus ojos y estirara su manito derecha. Ella obedeció inmediatamente. Entonces, yo tomé su manito y la acerqué a mi pene hasta que su mano sujetara mi miembro. Ella se asustó. Yo le dije que no abriera los ojos que era un lindo regalo. Me acerqué a ella despacio. Hasta quedar de rodillas al frente de su cuerpo.
- No sigas por favor.
- Entonces, Enrique, ella abrió sus ojos y vio su regalo. Se asustó y se alejó de la cama. Yo estaba convertido en una bestia. Ella comenzó a gritar y llorar. Yo le supliqué que se callara. Ella no obedecía, yo le pegué en la cabeza y la voté en el suelo. Comenzó a salir sangre por su cuero cabelludo. La niñita comenzó a tiritar, entonces, yo me acerqué y la desnudé violentamente, destruí toda su ropa, ella intentó escapar, así, desnuda, con su cuerpito de inocencia. Yo la sujeté y violentamente la empujé en la cama.
- Cállate —dijo Enrique—, cállate imbécil. Arrojó la botella de cerveza en el piso.
- Tienes que ayudarme amigo
- ¿Ayudarte?
- Ella comenzó a luchar por su vida. Yo le dije que se tranquilizara, que si se portaba bien nada malo le iba a pasar. Nicole comprendió mis palabras. Se quedó tranquila. Fue inquietante ver como obedecía a cada morbosidad que se me ocurría. No dijo nada cuando le ordené que me corriera la paja con su manito derecha.
- Maldición, cállate animal. Basta, basta.
- Tampoco dijo nada cuando mis dedos comenzaron a jugar con su diminuto clítoris, o cuando comenzó mi lengua a recorrer esos pequeños cerritos que eran sus pechos.
- Vete de mi casa Radamantis. Vete antes de que llame a los pacos.
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