Decidió odiarlos, hacerles sufrir como las malas personas que eran, traicioneros, fríos, egocentristas, sin el más mínimo pensamiento racional, motivo por el cual todos la habían fallado. Deseaba su autodestrucción psicológica donde ella tenía el papel protagonista.
Allí empezó todo, se sentía la persona menos afortunada con los hombres, sentía que en esto nunca valdría la pena, odio y rencor eran los pensamientos que más invadían su cuerpo, ella, sola, cogió los mandos del juego, ella era la que tenía la marioneta, las marionetas en las manos, era la superior, la propia muerte personificada.
Eran sus peones, sus muñequitos en el gran tablero el cual se le nombra vida misma, allí jugaba con ellos, les hacía creer que eran todo para ella, que daría lo que fuera por ellos, todo y así no lo hacía, eran su antojo, ellos la creían, les ponía delante todo aquello que ellos no querían ver, lo cual hacía que se cegaran, se incluso enamoraban, y ella, fría, los hacía sentirse de lo más culpables en cualquier diminuto fallo de la relación, ellos se la creían. No era uno solo, todos jugaban a l’ajedrez del rencor al mismo tiempo.
No tenía remordimientos, no tenía ningún, según ella, estúpido sentimiento que hiciera arrepentirse lo que acababa de hacer, como su última conversación, se encontraba en una cafetería, donde ella misma, se delató gracias a una pequeña novela que escribió...
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