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Cuando yo era niño en el país vivían muchísimos reyes. Las ciudades estaban llenas a rebosar de monarquías y en cualquier portal podías encontrarte con la placa de un monarca que vivía allí. Llego a darse la coincidencia de que un par de casas más arriba de la mía, en el número siete, vivían tres reyes, con sus respectivos príncipes e infantas. Mi padre también era rey, se llamaba Gumersindo Octavo, y yo como primogénito estaba llamado a sucederle.

En cambio panaderos no había más que uno. El panadero del país se llamaba Cristóbal y vivía aquí en Madrid. Era un hombre afable y algo regordete que siempre tenía algo que decir cuando entrabas a la panadería; te preguntaba por la familia, o bien te hablaba del tiempo. El caso es que un día la hija del panadero anunció su matrimonio y el aquello se convirtió en un acontecimiento porque hijos de reyes se casaban todos los días, pero la boda de la hija del panadero era algo que no se repetiría en muchos años. Recuerdo que vinieron periodistas y cámaras de todos los países, incluso de países que yo no conocía. La policía acordonó el centro de la ciudad y selló las alcantarillas para evitar un atentado terrorista, y los francotiradores mejor entrenados se apostaron en las buhardillas de los edificios. Yo fui con mi padre a ver si conseguía hacerme una foto junto a la hija del panadero, pero había tantos príncipes y reyes por las calles que la policía tuvo que empujarnos para que dejáramos libre el camino.

Así fue como decidí que yo no quería ser rey como mi padre, yo quería ser panadero, quería saludar a todo el mundo que entrara a mi panadería y quería que mis hijos se casaran con el boato de la hija del panadero; de modo que renuncié a los derechos de sucesión. Luego pasaron los años y todos los príncipes hicieron lo mismo, algunos reyes abdicaron, muchos príncipes se hicieron mecánicos o bomberos o panaderos, como yo, y al final sólo quedó una monarquía. De modo que cuando se casó mi hija nadie se enteró porque hijas de panaderos había muchas, y se casaban todos los días, mientras que un año más tarde anunciaron la boda del príncipe y todo el mundo salió a la calle a verlo, la policía acordonó el centro y los francotiradores se subieron otra vez a las azoteas, y todo el mundo quería hacerse una foto con el príncipe, porque príncipe sólo había uno.

Texto agregado el 22-05-2004, y leído por 209 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
25-05-2004 Jose ya te dije que me gustó mucho, llama mucho la atención el cuento. También te dije que lo de los terroristas y todo eso te saca un poco del mundo que creas, pero aún así me sigue gustando mucho. sergioremed
22-05-2004 Sí, sé que estamos teniendo sobredosis de boda real, ejeje. Muy linda e inocente tu hª y buena también la pequeña crítica que encierra. Por cierto, son contrafrancotiradores ;P mi_mundo_paralelo_y_yo
22-05-2004 Me ha gustado tu texto, me ha encantado la sencilla y compacta forma en que lo narraste. El contenido, excelente y divertido. Enhorabuena y bien hecho, he disfrutado leyéndote. LoboAzul
 
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