Cierro los ojos en busca de un sueño conciliador
y ahí estás tú, en formato 8 milímetros, proyectado en blanco y negro,
sonriéndole a todas las que pasan.
Despierto y aún no amanece; me acomodo para descansar otro poco,
esta vez estas con la boca resaltada en un rojo casi púrpura, como el vestido de la chica de ojos verdes que tratas de quitar mientras tu boca se desliza por su cuello.
Vuelta en la cama hacia la derecha; me duele el estómago, me cuesta respirar, me levanto por un vaso de agua, y ahí está la noche mirándome por la ventana; el viento parece que tirará la ciudad entera, abro la ventana para ver si el viento me quita la ansiedad, inhalo a todo pulmón y ¡oh! Ráfaga tras ráfaga huele a ¿Dakar Noir?, cierro todo, pero las paredes de mi refugio ya se han impregnado del aroma. Fumo un cigarro con la vaga y remota idea que el olor a nicotina se propague por mi cubo y me permita descansar.
Vuelvo a la cama casi intoxicada en nicotina, cierro los ojos y ahí estás en tonos tropicales envuelto en una lluvia imperceptible bailando con una mulata, tus manos tratan de levantar su vestido pero ella te detiene a la altura de las caderas, de la nada sacas un azhar y se lo pones en el escote, la miras anhelante a sus ojos acaramelados y le susurras ‘un minuto le basta a la vida para vida para enamorarte’, canción que yo te dediqué cuando éramos felices y hoy me suena como disparo a quema ropa… le sigues sonriendo mientras ella va aflojando a tus caricias, mi vejiga se apiada de mi y me envía al baño. Invoco a alguna deidad que a esa hora se encuentre tomando nota de los tormentos de los mortales; más de mí se ríe con ganas, me acuna en el sofá y te muestra casi como un adonis siendo agasajado frutosamente por un séquito de ninfas que te seducen y tu ya no das más de felicidad. Mientras que yo, atada al pináculo de una roca me desgarro de dolor soportando estoícamente cada picotazo de grullas voladoras. Trato de invocar al oráculo para consultarle por qué me provoca esto, más nada contesta y sólo me muestra tu sonrisa esbozada a mil mujeres más.
Despierto dolorida a tal nivel como si me hubiesen apaleado, ni el reloj se apiada de mí, aún me quedan cuatro horas de agonía.
Enciendo la tele y la programación confabula a tu favor, sólo cine meloso o sufrimientos amatorios.
Decido invocar tu nombre con la esperanza de encontrar alivio y te pregunto ¿qué quieres; que llore aún más por ti? Y te suplico que me dejes descansar aunque sea por esta noche, que suficiente tengo con el día y el calor de media tarde que me provoca ver melenas que al alcanzarlas sólo tienen tu frondosidad y el dolor de soledad que suele provocarme tu recuerdo. Al parecer me oíste, pues ahí, en el suelo enrollada cual oruga, me dormí intoxicada por el olor de Dakar Noir mezclado a nicotina, que es el olor más exacto a tu esencia.
A: S.E.Q.F
29.12.08
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