Para quienes gustan de la historia y la arquitectura un lugar infaltable de visitar son los cementerios, (también es recomendable para quienes gustan de la metafísica y casos paranormales). En el cerro Panteón descansan casi dos siglos de historia y lo que es más importante, descansan quienes fueron participes del auge económico y cultural de la ciudad, dicho de otro modo, muchas calles, paseos y edificios descansan acá. Así tenemos a Tomás Ramos, Alejo Barrios, Renzo Pecchenino, a la familia Edwards, al señor Severín, a don Carlos Van Buren, Cambiaso, Lyon, Atkinson, es más, en este lugar alguna vez remoto y alejado de la ciudad, descansan los otrora dueños de Viña del Mar, don Francisco Alvares y don José Francisco Vergara. En el sector más olvidado tenemos a marinos norteamericanos, comerciantes ingleses y fundadores de iglesias protestantes. Donde realmente se encuentra una réplica de la sociedad, es en el cementerio de Playa Ancha, con vista privilegiada y estrenada carretera, acá es posible encontrarse con los sectores poblacionales, sus caminos de tierra y sus expresiones al aire libre, nos encontramos con la clase media y sus departamentos bien cuidados, con barandas y pasajes pavimentados. También tenemos la clase alta, con avenidas, áreas verdes y mausoleos. Mas allá del factor económico nos encontramos con los sitios donde descansan quienes pertenecían a sociedades y mutuales, a la armada y colonias de inmigrantes, también están los wanderinos de corazón. Y como en todos lados hay vecinos raros, acá encontraran al venerado Emile Dubois, ataúdes suspendidos en el aire de quién hizo pacto con el diablo y epitafios que piden no descansar jamás.
El año 1887 para muchos católicos se cometió un “crimen”, el permitir que los cementerios pasaran a ser laicos, para ellos eso significaba que no existía un lugar santo para descansar, de esa manera las iglesias católicas adoptaron la medida de permitir que sus feligreses de mayores recursos pudiesen descansar en la Casa del Señor. Si visitan las iglesias de los Doce Apóstoles, de los Sagrados Corazones y la Catedral encontrarán ataúdes por allí, es más, en este último se encuentran el matrimonio Edwards Ross, los mayores benefactores de la ciudad, quienes alguna vez tuvieron su mansión en ese mismo lugar.
Pero muchas veces la muerte llegó a este puerto llevándose miles de almas de una sola vez, y quienes no tuvieron en ese momento ni nombre ni apellido ni perro que le ladre, se fueron en carretas a descansar en donde terminaba el cerro. Es por eso que estos improvisados cementerios hoy en día se esconden bajo la urbe. Así tenemos, quienes sucumbieron a la epidemia del cólera en 1886 y de la viruela en 1904, aquellos anónimos yacen en el cerro La Cruz y muchos quienes fallecieron en el terremoto de 1906 yacen en la cima del cerro Merced, en donde se encuentra un monolito en recuerdo de las víctimas. Alguna vez pregunte si se sentían cosas extrañas, la respuesta queridos lectores no la creerían.
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