tardes de lago. tardes y un resplandor eterno. no importaba siquiera el ir y venir del viento que se restregaba en el agua, que golpea las piernas pasando por encima de los pies sobre las piedras.

una mujer que sentía casi lo mismo en esas tardes de verano con días raros, con días nublados, con el agua hasta la rodilla y una banda sonora de películas para ver sin rimmel. lejos, la ciudad. lejos, la gente. lejos, los nombres. lejos, ella misma como el no necesitar.

los audífonos, las palabras en los bolsillos tan espesas como el olor a musgo, como sentirse vivo del dolor, sentirse vivo de la herida, sentirse vivo del sopor del sueño que arroja a cavidades improvisadas.
¿cuál era el tamaño de las distancias?¿lo sabría, en ese entonces, con seguridad?

la diferencia no era mucha, sólo se sentía como si envolviera en el silencio como en una crisálida y dejara siempre la sensación que no habían conclusiones, que eran los puntos suspensivos los que dictaban la pauta de cómo iba a ser todo. pero ahí no importaba nada más, sólo el exceso de Brion, sólo el saberse propia la capacidad para estrellarlo todo, para quebrar con gracia cualquier circunstancia previa y dejar las letras en el cero absoluto.

las prefiguraciones no eran más que un delirio-pensaba en ese tiempo-y es que vamos en caída libre.