Barrasús, alma de niño en cuerpo de hombre, tan ancho de afectos y caricias, te deshaces en una carcajada estruendosa cuando escribes tus coprolálicas ocurrencias que bien vistas son como las travesuras de un niño de diez años que nos abisma y desorbita con esas palabrotas que harían ruborizar a pacatos y moralistas, que en boca de otros son insultos y en la tuya una delicia azucarada que llega al fondo de nuestro desbocado instinto para pedir más y más y mucho más de aquello que nos cosquillea por dentro, porque lo tuyo sabe a pecado y atrevimiento y nosotros, derribando también barreras conservadoras, nos desternillamos de la risa invocada por esos textos simpáticamente groseros e infinitamente tuyos…

Pero mira que eres indescifrable amigo interoceánico, cuando creemos que tu pluma pícara creará una nueva irreverencia, te desdoblas en un instante y de la absurda y bien sazonada pachotada, limpias tu visor para colocar allí ordenadamente una secuencia de bellas palabras que esta vez, desembocan en nuestro corazón que late y se desangra con esas historias que destilan humanidad y sentimiento y que nos insinúan una inmensa faceta de ternura que demás cabe en tu cuerpo generoso…

Y como Dios es muy sabio, supo que al crearte había realizado un trabajo magistral y para que no se perdiera la evidencia de lo hecho, te sacó una fotocopia que es tan buena como el original. Así, tus amigos cuenteros, los que acudimos a tu página en busca de una de esas terapias de carcajadas, podemos estar segurísimos que Barrasús-Barrasín estarán siempre dispuestos a brindarnos su refrescante compañía…