Tu mirada se ocultaba entre las huellas de tu identidad como un Quijote de saco y corbata a la espera de ideales. Te vi solitario bajo el aire de los pinos, indescifrable, seductor, con los ojos aferrados al pasado, exitoso, deseable, mientras el desfile prolongaba su emoción por la calle principal entre miradas y aplausos, y mi alma se desviaba de la gente para refugiarse en ti. La ciudad latía entre tus manos luciendo los colores de la patria, con la banda del ejército redoblante y tu silencio generando mil senderos. Con las pupilas entornadas de solemnidad, el azul de tu silueta colmaba los fueros de mi reino, perpendicular, distinto, compenetrado en esta historia. Y la brisa jugaba en el marco de tu vida valedera, al margen de los infinitos pasos y episodios de colegios, excombatientes y soldados como un arte de volver a lo pasado. Hoy la tarde se detuvo en mí bajo el bosquejo de tus formas, como un inmenso manto de emociones imposibles de extinguir; de nada sirvieron los álamos del parque, la inmensidad, la gente reptando entre la música, el sol, ni el universo, para cegar el deseo de estar contigo nuevamente.
Ana Cecilia.
|