Científico loco. Es un título que a lo largo del tiempo llega a pesar, la gente te ve extraño por la calles, si es que aun sales. Es curioso, la conjunción de esas dos palabras es una contradicción por sí misma: si dicen que soy un científico es por que debo de seguir la ciencia, ser metodológico, coherente, lógico; pero al decir que estoy loco me obligan a decir cosas sin sentido, a desvariar; no como lo haría un poeta o un artista, mis desvaríos me mandan a retar a la gente, a lo establecido, a dios y a sus reglas.
Si lo pienso detenidamente no es culpa de nadie más que mía, fui yo quien desde niño me encerraba en los rincones a leer hasta tarde, huía de mis clases y lecciones, de los juegos y de las risas molestas de los niños y me aventuraba a mundos diferentes. Me enloquecía entender cosas que aun no debía comprender, de manejar palabras complejas. Salte de los números a las graficas, de ahí a las letras clásicas, a la filosofía, las botánicas; devoraba libro tras libro sin que nadie me detuviera. Un día me encontré a mi mismo perdido entre una revoltura de ideas que no pude contener dentro de mí, deje de distinguir a Verne de Kafka, a Euclides de Galois, en mi mismo ya no había un orden. Fue entonces cuando cerré mis libros y di el paso de la teoría a la práctica. Corrí hacia la comprobación, más entenderán que mi cerebro estaba tan revuelto que mi primer experimento fue algo confuso, o al menos ustedes traten de explicarle a sus maestros que yo solo trataba de abrir a mi compañero para probar si podían o no transformarse en un insecto deforme y gigante, me gane una represión severa. Pero seguí, investigue combustibles, lo que conllevó a algunas explosiones, recolecte especímenes, lo que conllevo a represarías de vecinos, zoólogos y guardias; observe caídas de cuerpos y experimente con aceleraciones bajo diversas superficies de cuerpos poco convencionales; por suerte de esto solo se percato mi madre. Todos dijeron que había llegado muy lejos cuando me interese por la medicina. Al final la situación se torno complicada y ante tanto problema solo se podía dar una solución clásica: los amables vecinos aceptaron donarme una casa, un viejo castillo en lo alto de una colina, con todo y su pararrayos y su árbol tétrico que completo la escena para que yo al salir y posarme frente a la puerta con mis enormes gafas de fondo de botella y mi bata sucia y maltrecha pudiera asustar a los niños y a las jovencitas curiosas que caminaban por la colina.
Me dedique desde entonces a meditar sobre mis libros y mis experimentos, me construí para mi mismo una planta eléctrica suficiente para calmar mis necesidades; me encantaría darle los detalles sobre su construcción pero estoy seguro de que los aburriría. Me hice del equipo de laboratorio suficiente, esos de maquinas de pantallas resplandecientes y sonidos electrónicos que lo hacen sentir a uno como si pudiera controlarlo todo, me volví soberbio. Y aunque ahora la mayoría de mis estudios se basan en datos que obtengo después de mirar largas horas a través del lente de mi gran microscopio para darle datos a la computadora que tarda horas en clasificar y graficar, de vez en cuando aun hago los experimentos clásicos que requieren de jalar grandes palancas mientras los rayos de la tormenta alimentan la corriente eléctrica; aun a sabiendas que podría lograr lo mismo apretando un botón en un día soleado cualquiera; al menos mi macabra risa ayuda a alejar la melancolía y a esos curiosos que rondan mi castillo.
Una noche, cerca ya de la madrugada, yo me encontraba cabizbajo leyendo, casi a punto de quedarme dormido cuando escuche un ruido extraño proveniente de las plantas altas del castillo. Ratas…pensé justo antes de caer dormido sobre mi libro. A la mañana siguiente revise la trampa para las ratas, una diseñada por mí, muchísimo más efectiva y compleja que las trampas convencionales, todo a base de un péndulo con una cuchilla filosa y un señuelo irresistible para los roedores; sin embargo, encontré el señuelo en su lugar y el péndulo manchado de sangre que no tenía la consistencia habitual. Me fui al laboratorio a analizar la muestra de la sangre, la revise y compare muchas veces; sin duda alguna era sangre humana. Al seguir con los análisis note que me hacían falta vasos de precipitado y agujas, revise el retos del castillo, pude notar que me hacía falta comida, parte de mi colección privada de golosinas y algunos libros poco importantes que yo solo había usado para ejemplificar mis ensayos sobre psicología social, específicamente de infantes, los que llaman de cuentos infantiles. Lo más lógico era pensar que alguien había trepado por las ramas del viejo árbol y como en ese entonces yo estaba en la firme convicción de seguir la lógica, simplemente trocé las ramas más altas.
A la noche siguiente me volví sobre mi ciencia, comenzaba a cabecear entrada la madrugada cuando los ruidos en la parte alta volvieron, me levante de un salto y corrí pisos arribas por las gruesas escaleras de piedra; pero cuando yo llegue no había nada. Mi trampa para ratones estaba intacta, el balcón estaba abierto y de nuevo hacían falta dulces de mi alacena; sin embargo, fue otro robo lo que me llamo la atención, hacía falta la hoya más grande de la cocina, la de la aleación de metales extraños que podía soportar el punto de ebullición de las sustancias más peligrosas. Me gustaba esa hoya, era enorme, cabría una persona completa en ella. Me propuse parar al intruso, descubrir cómo es que entraba y hacerlo devolverme mis cosas. Trabaje todo el día en una trampa, recubrí el salón que daba a el balcón de un complicado sistema de espejos y cristales, de tal forma que al entrar al cuarto el intruso no se diera cuenta que estaba encerrado.
Al llegar la madrugada espere ansioso los ruidos en el balcón de la planta alta, espere y espere, y llegaron. Pisadas sobre el barandal de piedra, el cristal de la ventana que se abría y la mano que movía la trampa de los ratones; se quebró un cristal, esa era la señal de que la trampa se activaba, gane. Camine con toda la calma del mundo desde mi estudio hasta el gran balcón, imaginándome la cara del ladrón, seguro un pobre niño sin intelecto que me creía un viejo loco. Pero al llegar el escenario era diferente, de nuevo me faltaban dulces y en medio de la jaula de cristal estaba un puño de sal, simple, blanco, con la consistencia de cualquier grano. Se burlaron de mí, me humillaron y robaron. No podía ser, yo era un intelectual, un científico, un ser más allá del promedio. Igual, un error nunca ha matado a nadie, ¿Cuántos no se equivocaron antes de llegar al resultado correcto? Me aventure a realizar una nueva trampa, esta vez no para capturar, sino para recoger información, no se llega a nada sin una investigación previa. Una sencilla cámara oculta lista a disparar el flash tan pronto y se corriera el vidrio de la ventana y una trampa falsa parecida a la de los espejos para despistar al intruso. Esa noche me fui a dormir sin leer, pues estaba tan ansioso de revisar la fotografía que no pude concentrarme. Desperté con el sol y revise la foto. Nada, ni un niño ni un ladrón experto, en la fotografía solo se veía la ventana abierta y el aire empujando la cortina sucia, mi mente comenzó a sugerir demasiadas cosas, un espejo falso tal vez, un mecanismo avanzado, tal vez el intruso ya sabía de mi cámara; fue entonces cuando note algo más, atrás de la ventana se distinguía un objeto que parecía flotar por sí solo, era largo, como un cilindro con una cola, como un palo de madera al que le habían atado unas fibras delgadas y duras. Me pareció reconocerlo. Me puse de pie y olvidando lo demás baje hasta el último sótano, abrí las gavetas más viejas y lo encontré; la vieja escoba que guarda en el baúl, definitivamente ese utensilio de limpieza domestica era de la misma especie del que aparecía flotando en la foto.
No me asuste, no me importa lo que digan, mis manos temblantes y la falta de aliento no siempre son una señal de miedo. Ya lo dije, soy un hombre de ciencia y esa experiencia no me asusto en lo más mínimo. Podía haber muchas explicaciones, tantas y tantas que sería aburrido decírselas todas, además de que no creo que las entenderían, más la que están pensando en este momento fue la única que yo no quise pensar.
Me volvieron a faltar dulces, esta vez también se llevo los enlatados de almíbar y algo de carne vieja; con lo que odio bajar al pueblo a comprar comida. Me faltaban también algunos instrumentos de medida, cinta métrica, una báscula; no lo entendía.
Decidí revisar los hechos. El intruso se había llevado una gran cantidad de dulces, frutas en almíbar enlatadas, carne vieja, una hoya enorme, una bascula, un libro dirigido a infantes y una cinta métrica. En el lugar del escape solo había encontrado un puño de sal y la única imagen que conseguí fue de una escoba flotando. Fue entonces cuando llego a mí una idea ilógica, referente a todo lo que yo luchaba por contradecir, me negué y me propuse resolver el problema. No hubo más, busque los libros sobre criminalística, psique criminal, casos no resueltos y uno perdido que encontré de ocultismo. No leí el último, lo cerré apenas lo abrí. Al final busque lo que tenía sobre psicología, alucinaciones y esquizofrenia causada por soledad. Comencé a preocuparme.
Han de saber que no me siento solo, los libros son compañeros fieles y ya que nunca goce de compañía grata no puedo decir que la extraño, no ha habido amigo que me hable de algo interesante, ni maestro que me guie, ni familia que extrañe, en un tiempo trate de conseguir un ayudante, pero tan pronto vio mis condiciones comenzó a hablarme de sindicatos y estatutos gubernamentales. Por lo que la soledad solo la conozco por las divagaciones de filósofos depresivos. Aun así siento que no le debo absolutamente nada a nadie, ya sea a nivel personal o humanitario, por lo mismo confió en que ninguno de mis descubrimientos ayude a absolutamente nadie.
Pase todo el día dando vueltas en mi cabeza al problema, no logre leer nada demasiado metódico ese día, no pude escribir, ni siquiera alcance a abrir una caja de petrel o a ajustar el microscopio, me encontraba ansioso, confundido, desesperado. No podía ser que algo retara las leyes que yo siempre había adorado. Me decidí, coloque una trampa parecida a la de la cámara en la habitación del balcón; solo que esta vez no iba a disparar una luz, sino un proyectil de plomo no mayor de una pulgada de grueso, pero muy efectiva para cualquier intruso.
Espere detrás de la puerta, ya no quise esperar abajo, aunque tampoco estaba frente a la ventana, no, yo solo escuchaba. Y empezó: los pasos sobre el balcón, la ventana que se abría y el tiro del arma preparada. Espere un segundo en silencio, los pasos no se detuvieron, escuche los pies descalzos que se movían por la habitación, una voz aguda tarareaba una canción que parecía más un rezo, en latín tal vez, la trampa para ratones se arrastraba por el piso, la gaveta de los dulces se abría, la comida que se vaciaba, la puerta continua que se abría y ya, mi intruso salió de la habitación que daba al balcón, la cerró y ahora se encontraba rondando por mi casa. Yo permanecí el tiempo que me llevo conseguir valor sentado de cuclillas detrás de la puerta, me levante decidido y abrí de golpe la puerta que el intruso había cerrado hacía solo un momento. Un instante, un maravilloso instante, como si el flash de la cámara me hubiera golpeado, solo la imagen nublosa de una mujer mayor, esbelta y segura, vestida de negro de pies a cabeza, de mirada profunda, una luz y desapareció; en su lugar solo un quedo un puño de sal.
Me quede de pie esperando comprender, convenciéndome a mí mismo que no había visto lo que había visto. Camine hasta donde ella estaba parada hacía solo un segundo. Faltaban mis utensilios de disección, el bisturí más filoso y las pinzas más grandes. No pude hacer nada el resto del día, me tire sobre el diván que tenía por cama y devore los libros que nunca había querido leer, los de ocultismo extraño, fenómenos no probados, literatura romántica. Aguarde recostado sobre el diván, llego la noche, la luna en lo más alto y yo trataba de dormir; me sentía como un niño pequeño que aguarda que un ser fantástico le traiga un regalo. La luz del sol golpeo mi ventana, al principio no quise levantarme, podía no ser real, podía ser yo realmente un loco. Me desespérese con calma y me levante. Camine con mi actitud lúgubre por los pasillos hasta las escaleras, tratando de no correr y de disimular mi prisa, mi ansia. Abrí la puerta de la habitación que daba al balcón, la ventana abierta y en el centro una hoya pequeña. La abrí, en su interior había un guisado de carne, lo pensé un momento, pero cuando me di cuenta ya estaba comiendo. Carne dulce y blanda, como si se saboreara una sonrisa o un juego de pelota, un canto por la mañana, tan dulce comida no había probado jamás.
¿No te asusta? – Pregunto una voz a mis espaldas-
Pensé en un millón de respuestas que podrían impresionarla, pero no recuerdo bien que fue lo que dije. Solo recuerdo que ella se acerco, olía a sangre de niño. Ella regresa de vez en cuando, cada vez que termina su guiso, se sienta a mi mesa, conversamos, me dice cosas en las que yo no creo y yo le digo cosas que a ella no le sirven. Al final se lleva los dulces suficientes para que podamos reunirnos de nuevo.
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