-Era uno noche de octubre
-No, era una noche de abril, me acuerdo muy bien por la leve llovizna de invierno.
-Bueno tienes razón, pero lo que importa no es el clima de ese día, sino la historia y no puedo continuar si le seguimos dando vueltas. Mi nombre es Juan de Dios García, valiente hidalgo dispuesto a rescatar doncellas y beber cerveza.
Con una aclaración de voz fuerte le interrumpen.
-hmhm, No te olvidas de alguien
- Por supuesto, como puedo olvidarme de mi siempre confiable “sidekick”, el niño maravilla.
- Esa es la razón por la que eres número uno en mi corazón, ya déjate de pendejadas.
- Ok, sin más preámbulos le presento al Sr. Matías Fernández.
- Muchas gracias, muchas gracias, pero no estamos aquí para presentarnos, sino para contar nuestra historia.
- Bien dicho Matías.
- Y como les iba diciendo era un noche de octubre – en el fondo se escucha a Matías entre murmullos decir “abril”.
Juan de Dios comienza con el relato de una de las tantas historias que comenzaron como un simple “vamos a dar una vuelta”.
El plan siempre es sencillo, salir, divertirse y regresar a la casas con las niñas, que podía salir mal, camino al garaje pasamos comprando unas mentas para combatir nuestro –supuesto – peor temor, que equivocados estábamos de comparar nuestro mal aliento con lo que nos esperaba esa noche.
Sacamos nuestro vehículo, un monstruo devorador de gasolina, que venía a la medida de un motor con carburador de 4 cilindros. Éramos los dueños de las calles, pasábamos a toda pastilla, por cada cruce de calles se nos escapaba un poco de suerte, y esta estaba a punto de escurrirse de nuestras manos.
Nuestro ultima frenada vino acompañado de otro gran estruendo seguido de unos farros cegadores que no nos permitían ver que teníamos atrás. No le prestamos atención, y seguimos nuestro recorrido acelerando a fondo y dejando la mitad de nuestros neumáticos en la calle escapábamos de esos farros.
En ese momento nos dimos cuenta que entre más rápidos íbamos teníamos esos farros más cerca, llego otro semáforo y solo se escuchaba el rugir de su motor como el respirar de una bestia en nuestro cuellos, nosotros la presa indefensa y atrapada en 2 puertas de metal. Nuestra única opción: aplastar a fondo el acelerador.
Fue una eternidad la persecución de esos farros por cada esquina que doblábamos, escapando a cada obstáculo de nuestra vieja ciudad –por no decir de cada alcantarilla abierta y cráteres que tenemos por fallas en las calles – de repente avizoramos unas luces rojas y azules, nuestros ángeles vestidos de kaki, nuestra salvación. Cuan equivocados estábamos.
Paramos el vehículo y nos abalanzamos a nuestros salvadores, para encontrarnos con un sargento de nombre Sarmiento de no más de 1,62 m de alto, con una prominente sandía por estomago que nos refuto:
-¡Saben a qué velocidad iban!
-Pero oficial…
-Nada de peros, esta es una zona residencial, como se atreven a conducir así.
Matías en tono molesto le replica al oficial: “Nos estaban persiguiendo”
-Ósea que aparte de irresponsables, drogados, que tienen delirio de persecución –regresa su mirada hacia atrás- Padilla me los lleva derechito a la comisaría a este par este momento.
Para nosotros todo había terminado no podíamos encontrar por ningún lado esos farros que nos habían seguido hasta hace poco y no podíamos contra la verdad a fuerzas que nos estaban imponiendo, nuestra historia fueron simplemente palabras al viento en esa noche de octubre.
-Excelente historia Juan, pero eso no explica que hacemos metidos en el baúl de este carro en movimiento hacia quien sabe dónde. |