No podía pedir más de la vida. Los últimos tres meses se habían desarrollado de una manera realmente maravillosa. Todo el universo había confabulado a su favor para brindarle todo lo hermoso que la vida nos puede ofrecer. En realidad no estaba segura si el éxito social era el responsable de esa hermosa sensación de euforia que sentía en su interior, o por el contrario era su estado interior el responsable de la vida que se abría generosa ante sus ojos. Lo cierto era que últimamente su vida se estaba deslizando sobre ruedas. Acababa de publicar su último libro, y ya pensaba que aquellas terribles sombras que se manifestaban cada cierto tiempo, jamás regresarían a entorpecerle esa vida llena de encantos.
Y de repente, cuando menos se lo esperaba, su mañana amaneció gris. Su crepúsculo se oscureció, y ya en la noche regresaron los demonios. Días y noches pasaron, cada uno más oscuro que el anterior. Su ser se destrozaba por dentro. Su vida perdió sentido. El ruiseñor siguió cantando, pero ella no le escuchaba. El sol seguía orquestando el nacimiento de un nuevo día, pero ella ya no participaba de la orquesta universal. Se fue aislando más y más. Y un día, con el corazón destrozado, consciente de que el espíritu divino le había abandonado para siempre, se dirigió al río cerca de su casa. Ese río que tantas frases hermosas le había inspirado, ahora se presentaba como su verdugo, y liberador de su amargura. Sintió el contacto de las aguas alrededor de sus pies, y poco a poco fue avanzando hasta percibir el contacto del agua con sus labios. Avanzó, avanzó y siguió avanzando. El torrente destructor del líquido vital, esta vez mortal, penetró su atormentado ser, y su hermoso espíritu pasó a formar parte de lo eterno. Así nos dejó Virginia Wolf, la gran escritora inglesa, sin llegar a conocer las causas de esas terribles sombras que con cierta regularidad y de forma cíclica atormentaban su vida. |