Aquel hombre llegó a su aposento desesperado. Caminó por la habitación, se paró frente al espejo, tratando de aliviar de algún modo el tormento que le destrozaba el alma. Hacía mas de un mes que atravesaba ese túnel de oscuridad que le agobiada. Su vida carecía de total sentido, se sentía el más despreciable de los seres humanos. Ni su familia, ni sus amigos, ni siquiera grandes amores habían logrado sacarle de este terrible sufrimiento, cuando se presentaba. Se dirigió al closet de su habitación. Vacilante, tomó la escopeta que tantas emociones le había brindado en sus días de cacería. Se sentó en la silla más cercana. Dirigió su mirada a su querida máquina de escribir, su compañera de toda la vida. Con lágrimas en los ojos, colocó el cañón de la escopeta en su boca, sosteniendo el gatillo con los dedos de los pies. Cerró sus ojos. Efectúo un fuerte movimiento con sus pies, sobre el gatillo de la escopeta. Se escucho una detonación. De esta manera terminaba la vida de uno de los mas grandes escritores de nuestros tiempos, el gran escritor norteamericano Ernest Hemingway, sin llegar a comprender la causa de aquellas tormentas que se presentaban con cierta regularidad y de forma cíclica en lo más profundo de su alma.