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Un espíritu desahuciado de sus recuerdos, leí a sus cartas a un demente. “Algún día serás feliz”. Le decía. Y de su boca emanaban carcajadas y risas. Pero al ver al demente muerto o quizás inconsciente, sus lágrimas de transformaban en tizas. El espíritu solitario había quedado nuevamente solo. Desahuciado, desgraciado, continuaba sin saber de qué servía la vida. Era un alma en pena con todos sus pecados amontonados en un rincón. Y sentía que debía morir pero había algo que lo mantenía con vida. Todo a su alrededor era vida, belleza, naturaleza y armonía. Pero él estaba condenado a estar encerrado en una habitación vacía. Uno a uno vio morir a sus amigos, pero al último, era él quien debía matarlo… Quizás si continuaba llorando, terminaría muriendo ahogado en sus propias lágrimas… Quizás aunque tuviera algo con que matarse, igualmente no intentaría quitarse la vida… Quizás aunque hubiese sido malvado en el pasado, ahora cambiaría… Pero los espíritus del inframundo eran y serían por siempre malvados. Y quien permanecía encerrado se preguntaba por qué con sus garras no decidían atravesar su garganta… Y una pared se abría misteriosamente en una ventana… y hacía que el Sol evaporara las lágrimas… ¿Para qué? Si aún peor que la anterior situación en la habitación, era esta nueva escena, donde el pobre hombre contemplaba desde su prisión la felicidad ajena, y al entrar allí al luz del Sol se volvía negra, y aunque él gritara, nadie parecía escucharlo siquiera… Esta vez decidió morir en serio; mas nadie podía escuchar sus lamentos… Allí supo que la Soledad era lo peor que podía existir… Y que la voluntad de nada servía estando en el Inframundo… Nada que hacer allí había… Y quería no mirar pero no podía… Y el cuchillo ensangrentado de nada servía: Él lo tomaba, y se escapaba de sus manos… Y él creía que Ella vendría y lo rescataría… y esa esperanza mantenía vivo a su corazón. Pero un día al encenderse los ojos celestes de ella, con su cara pegada a la ventana, se encendió el alma del soñador enjaulado… Y tanto tiempo había permanecido el alma, apagada… Pero entonces sucedió algo… Asomose otra cabeza desde debajo de la ventana… Y descubrió el solitario de repente, que con otro andaba su amada… Los cabellos rojizos que con los suyos, castaños, habían contemplado juntos tantas mañanas, se entremezclaban esta vez con unos cabellos rubios y desconocidos… Y la mirada de ella, tan pacífica y serena, tan brillante y tan llena de cielo, se sumergí en la pradera de los ojos verdes del solitario. Pero entonces su mirada se tornó rojo infierno en la de su anterior amado, al tocar con sus labios los del nuevo hombre que estaba a su lado… Y el otro hombre no pudo más que permanecer contemplando la escena; de sus ojos iban cayendo más y más lágrimas negras, y la pena de él era la dicha de ella, y lo único que podría matarlo sería que se fuera ella, raptada por la nueva figura bella de corazón contaminado, que ahora la cargaba en sus brazos… Y esa espada sería más filosa que cualquier otra cosa; y el alma de ella , que había iluminado con suave amarillo y suave blanco la sala, llenaba en aquel momento de rojo los ojos y el alma de quien en ella habitaba. Y ella y el otro le dieron la espalda. La habitación había pasado de ser blanca a ser roja, y se tornaba ahora negra, a medida que ella se alejaba… Y junto con el lugar en el que estaba, junto con el piso que se congelaba, su corazón también se oscurecía y se enfriaba, y se preparaba para dejar de latir por siempre… Sintiendo el frío del piso y de su alma, sus ojos se entrecerraban… Ya podía tomar el cuchillo, él lo sabía… pero no era necesario, el nuevo suceso, y la luz que parpadearía hasta por completo apagarse, de seguro terminarían por acabarlo… |
Texto agregado el 11-04-2009, y leído por 72 visitantes. (0 votos)
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