La mujer que no puede llorar.
La vi a lo lejos, mas allá de los sueños, mas allá... La vi dentro de un aliento, sentada a mi lado, frente a mis ojos a mas de una eternidad. Le hice un regalo, luego otro y ella se puso a reír... ¿Me amas?, preguntó. Le dije la verdad, la absoluta verdad, le dije que no, que no lo sabía... Cerró sus ojos y me puse a llorar. Quería verla llorar, pero, no sabía llorar. Lo supe luego de unos momentos en que el tiempo brillaba delante de un mar de preguntas que flotaban por sus largos y sedosos cabellos. El tiempo siguió su largo camino, dejando una estella de respuestas a cada paso que daba. El espacio se llenó de estrellas y todas ellas con el rostro de la mujer que no puede llorar. Y cuando llegaba el Sol de un buen día, sabía que vendría la noche y vería mejor las estrellas, y a la mujer de tantas preguntas, a la mujer que no sabe llorar... Me quité todas mis ropas y con la luz de mi vida, empecé a cantar la misma melodía, aliento tras aliento, vida tras vida, día a día...
El hombre que aún espera que comience su vida
Era un hombre de alma grande y de cuerpo pequeño. Sus manos llenas de trabajo y llenas de heridas por tantos sueños rotos a pedazos frente al cristal del instante, subía la escalera de la Paz. Ya en la cima de todas las cimas, el hombre que espera una vida, vio que muchos hombre mas grandes y fuertes y trabajadores que él, recogían de las manos de un Dios, semillas de oro. Se puso en la cola y esperó su turno. Cuando estuvo frente al Dios le pidió una semilla mas. ¿Para qué?, preguntó el Dios. El hombre que espera una vida mas no supo qué responder, no supo qué decir... y al saber esto, devolvió su semilla de oro y con una sonrisa en los labios, besó la tierra donde pisó. Bajó de la cima y en sus pasos, había vida, mucha vida, brillando como estrellas en el mar de sueños y anhelos... Era un hombre de alma grande y cuerpo pequeño. Era un hombre, tan solo un hombre que se cansó de esperar y empezó a vivir de verdad...
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