ESPERANDO AL OCHENTA Y OCHO
-Parecía un hombre simpático, si, lo era, la verdad que sí, esa impresión me daba. Recuerdo haberlo visto ahí siempre que iba a tomar el ochenta y ocho, ja… ¡A veces me sorprende acordarme de estas cosas!
Recuerdo algunas cosas de esos días, pero hay un día en particular que no recuerdo... A veces quisiera poder manejar mejor mi memoria, es algo que me hubiera ayudado mucho en la vida, sobre todo en los estudios.
-Papá –lo interrumpió el chico- ¿quién era el hombre de esta foto?
Como padre hablaba mucho. Él ya era bastante mayor, su hijo estaba en plena adolescencia y conocía los defectos de su progenitor. Hablaba mucho y era un desastre memorizando cosas, como aquella vez que no lo llevó a la fiesta de fin de año del secundario, o todas las veces que no asistió a las juntas de padres.
-No estoy seguro –replicó el padre- creo que tu abuelo me dio esta foto… Sí, en el barrio lo andaban buscando al viejo este, se había perdido creo… ya no se.
Se quedó mirando la imagen un largo tiempo. Algo le llamaba particularmente la atención de ese hombre. Por alguna razón recordaba su desaparición, pero le causó mucha intriga recordar si alguna vez habló con él. Creía que si, pero no pudo visualizar una mirada de él directa a sus ojos, ¿o quizás…?
-Papá, papá…Encontré la boleta de la abuela, ¿era esta la que estábamos buscando?
-Ah si, ya está Tomás. Guardá todo lo que estaba en la caja.
Pero el hombre llevo consigo la foto.
-Franco, apagá la luz, quiero dormir.
-Aguantá Yani, estoy leyendo –le replicó a su mujer.
-Dale que mañana tengo que estar a las ocho en el centro gallego.
-Si ya sé, las placas.
-Bueno dale.
El hombre apagó la luz. La mujer ya estaba tapada hasta el cuello y mirando al lado contrario. Dentro del libro estaba la foto.
-Quien era este, quien era…-pensaba.
Estaba intrigado. Por alguna razón suponía que era alguien importante. Lo intuía, pero no estaba seguro. Pensaba, pensaba. Había un día, un solo día que no recordaba. Siempre decía eso, y esta vez recobró más fuerza ese pensamiento. ¿Por qué lo decía? Él recordaba un día de amnesia. Al día siguiente no recordaba nada de lo anterior. “Es un problema cerebral”, le dijo aquel médico amigo.
Finalmente se durmió.
Se encontraba en la parada del ochenta y ocho. Dos minutos antes de llegar había visto pasar uno. Ya había empezado el día con mal humor.
-Veinte minutos, -pensó- veinte minutos acá parado hasta que venga otro, ¡carajo!
-Recién pasó pibe, así que tenés pa’ rato –dijo el hombre del sacón largo.
-Ya creo que si –respondió fastidioso. No necesitaba escuchar eso.
Ese día le pareció extraño no ver al diarero. Es más, no había nadie cerca, ni alguien esperando algún otro Bondi. De cualquier forma no era un lugar muy transitado.
Ahí se dio cuenta qué fallaba: era más temprano de la habitual, ¡una hora más temprano!, y siquiera lo había notado.
-¡Claro! –pensó dentro suyo- cambiamos de huso horario el Domingo, pero al despertador lo dejé igual. ¡Que salame!
Sabía que estaba muy dormido, errores como esos no eran algo habitual dentro de su vida, solo por estar dormido. Así que dio media vuelta y comenzó a caminar despacio.
-Ey pibe, ¿te vas? Mira que a veces pasa más seguido a esta hora, eh.
-No señor –dijo con una sonrisa en la cara- es que salí más temprano de casa, ¡y ni me di cuenta!
-¡Ah cierto! –respondió el viejo con expresión de sorpresa, tocándose el sombrero, exagerando la situación- El cambio de horario... Hay que prestar atención con esas cosas, viste.
-Y buen… Me pasa por despistado.
Ya estaba dándose vuelta y retomando la caminata, pero el hombre le obligó a detenerse un rato más:
-¡Es un problema ser despistado, viste! Yo también era muy distraído a tu edad.
-Bueno, que se le va a hacer –replicó- Bueno….
Iba a decir chau, pero…
-Pero un día me pasó algo pibe, y nunca más tuve esos problemas.
-Ah… -dijo cortado, parado, esperando a ver si ya lo dejaba irse. No le gustaba ser irrespetuoso cuando le hablaban, menos con un señor mayor.
-En serio te digo. No creas que te voy a mentir, ¡eh!
-Bueno… no… -creía que ya había dicho lo que tenía que decir.
-Es el día de hoy que nunca cometo un error, ¡siempre hago todo bien! Porque nunca me olvido de nada.
-Sí, la verdad que eso me haría falta, je –dijo rápido para ver si estaba conforme con eso- Bueno…
-Es un don que me gané, de a poco. Muy de a poco.
-Entiendo, sí… esas cosas se hacen con el tiempo –dijo algo arbitrario. No tenía mucho para aportar.
-¡Pero quizás a vos también te pase lo mismo que yo! Quizás si te comparto mi secreto.
-Bueno, es probable, jeje –a ver cuando la cortaba… Tenía mucho sueño a todo esto.
-A ver decime… -uy, ya le estaba dando charla para rato- ¿siempre te pasa esto, pibe?
-Y… a veces –hizo una pausa cortita-. A veces sí y a veces no. Por ahora me acuerdo como me llamo.
-¡Ja ja, si, eso es fácil che!- había cometido un error… contarle chistes motivaba a darle más charla. El joven se acordó del diarero y las pláticas que compartía con el viejo- Pero yo te digo, generalmente, ¿te pasa de no acordarte de cosas muy importantes, como el cumpleaños de un amigo?
Franco no tenía muchas ganas de seguir la conversación, ya le incomodaba seguir con eso, pero hizo el pequeño esfuerzo de responder de buena gana, como si estuviese interesado.
-No… Cumpleaños de amigos no me olvido nunca, ¡me matan sino! –era verdad que no los olvidaba, pero quiso terminar con un chiste tonto a ver si eso lo complacía, si eso era lo que andaba buscando.
-¡Ah, muy bien che! En eso la verdad que te felicito... Yo antes me olvidaba de todos, ¡hasta de los nombres te digo!
-Bueno señor, perdone pero me tengo que ir.
-¿Te acordás a donde?
Replicó con una risita boba. Ahora sí: le tenía que decir chau.
-Bueno –se apuró a decir el viejo-, yo la verdad no se donde voy a ir… ¡En serio te digo, eh! Tengo que llegar a unas cuadras de Congreso, tengo la dirección pero la verdad me pierdo si voy por ahí… Quería comprarle una guía al diarero pero no vino, ¡mirá vos lo que son las cosas, eh!
-Bueno… La verdad que no sé que decirle, yo tampoco me oriento muy bien en esa zona.
Miró alrededor. No había nadie, pero nadie de nadie. Esperaba que hubiera alguien cerca para poder mandar al viejo a preguntar. Ya tenía preparada una frase en su cabeza. “¿Por qué no le va a preguntar a ese a ver que le dice?”. Pero no, no había nadie alrededor, ni siquiera algún auto estacionado, ¡o algún auto! Hasta el tráfico no estaba pasando. Dentro suyo maldecía, se quería ir rápido. No veía la hora de tirarse en la cama una media hora más.
-¿Y vos no tenés un mapita, pibe? Capás nos podemos fijar…
Justo se iba a preguntar a sí mismo si este viejo lo había visto alguna vez con la guía en la mano y ahora le estaba hinchando las pelotas a propósito. Pero él siempre se sentía muy culpable cuando se hacía el boludo. Era algo que no le gustaba, le incomodaba, se hacía la cabeza con eso. Además, no iba a ser mucho tiempo, la tenía a mano siempre en el segundo bolsillo de la mochila, y ya sabía cual página tenía que mirar.
-Sí… si, tengo una guía… A ver, espere un momento.
Se sacó la mochila del hombro, comenzó a caminar hacia el hombre. La guía, la guía… acá está.
-Gracias, gracias pibe… No sabés cuanto te lo agradezco.
-No, pero por favor, no es nada.
-A ver, a ver… decime.
-A ver, un momento.
Dio vuelta la tapa, la primera y segunda hoja. Se apuró para llegar a la página dieciséis, uy, la página treinta. La veinticinco, la diecinueve, la diecisiete…
-Acá está –el plano dieciséis- a ver si es por acá donde va –le acercó el plano.
-A ver… -éste sacó un papelito, lo miró, después al plano- a ver dejame ver bien.
-Si, como no.
Lo dejó solo buscando y descifrando el nombre de las calles, las alturas…
-No che, a ver pibe, vení acá, a ver…
Se arrimó bien cerca del hombre, a la derecha de su hombro y miró sus manos sosteniendo la guía.
-Si, digamé.
-Mirá… no encuentro bien la calle esta cerca de la plaza de Congreso, ¿será de un lado o al otro de Rivadavia? A ver fijate bien, haceme el favor.
Agarró el papelito y el plano. El hombre mayor se arrimó bien cerca esperando a que le señale donde era el destino. Enfocó su vista en el plano, como siguiendo buscando.
Franco no descifraba bien la letra en el papel, pero hizo el esfuerzo de entender algo. Puso los ojos muy chiquitos para forzar la vista. Sintió que eso no decía nada, que era un simple garabato. Dijo:
-A ver, ¿qué es lo que…?
Mientras respondía levantó la vista. Hace un momento atrás sintió que no había nadie más que él y aquel viejo. Ya no sentía al viento moverse.
Paja, eso fue lo último que vio. Debajo de aquel saco había paja. Cientos de ramas proyectadas directo a sus ojos. Sintió que se quedaba ciego del dolor, un dolor que le penetraba las pupilas, como cien aguijonazos perforando sus globos oculares.
-¡AHHH!
Un fuerte grito.
-¡AHHH!
Seguido de otro fuerte grito.
-¡Ahh!.... ¡¿Qué pasó?! ¿Qué te pasó Franco?
El hombre estaba muy agitado, respiraba entrecortadamente con la boca abierta.
-¿Estás bien Franco? –la mujer prendió la luz- ¿Qué te pasó?
Hizo una pausa, un suspiro y habló.
-Yani… no sabés… otra vez ese sueño del hombre de paja.
-Uy, ¡otra vez! –ella lo miró un rato, muy dormida pero también sobresaltada- ¡Que susto me diste, por favor!
Otra pausa, el hombre no hablaba, seguía agitado.
-Franco, ya está, ya pasó… tranquilizate, tomá un vaso de agua.
-Sí, tenés razón… -hizo que se iba a levantar, pero se quedó quieto y se quedó como pensando- El sueño del espantapájaros otra vez, Yani, siempre esa imagen, ese dolor y me levanto de un grito.
-Bueno, bueno… haceme caso, tomate un vaso de agua y volvé a la cama.
-Sí… -prendió su velador, se sentó sobre la cama y esperó a despejarse- Lástima que nunca recuerdo lo que sueño. |