“El Fosforito”
Dieciocho años, todavía con acne, menudito, pelirrojo y cabezón. No tubo chance, “El Fosforito” lo habían bautizado el primer día de clase. Siempre sonriendo con ojos vivases y la tensión de una musaraña.
Talvez aún no sería virgen si sus compañeros no hubieran divulgado a carcajadas que su pitito era, por mucho, el más chiquito que se ha visto en las duchas del gimnasio. O por compasión, alguna desinhibida compañera le hubiera hecho el favor, pero es que era tan exasperadamente pegajoso, que la pena se les esfumaba, y se apartaban asqueadas, al verlo tan babosón.
Pero de un día a otro, su veloz corazoncito se desgastó, y de repente se encontraba en la lista de espera para un transplante. La aplastante realidad lo desquició.
–“¡No! ¡No moriré virgen!”- se juró totalmente enceguecido.
Era la primera vez que desobedecería a sus padres, esperó a que se durmieran, y con todos sus ahorros fue en busca de una profesional. A escasas cuadras de su casa, desesperado, arreglo precio, y en ese mismo sucio callejón entre tachos de basura la mujer de oficio hizo lo que pudo, pero al tan débil fosforito no se le levantó el amiguito, y secamente ella lo despidió:
- “Bueno pibe, si no podés, ya tu tiempo lo tuviste”.
A Fosforito se le vino el mundo a bajo. Ni pagando podía debutar.
-(“¡No! ¡No moriré virgen!”) - se repitió el juramento.
Desesperado y jadeante no se dio por vencido, y acomodándose la ropa regresó a su casa. Entrando en puntas de pies, robó de la mesita de luz de su padre el frasquito de Viagra. Pero al bajar las escaleras una terrible puntada atravesó su agónico corazoncito.
Se desató la lluvia, pero eso tampoco lo detendría. Agarró el paraguas florido de su madre de junto a la puerta, y encaró decidido la tormenta sujetándose el pecho.
Tomó cuatro pastillas mientras volvía apurado al callejón, no soportaría fallar otra vez. A pocos metros de llegar sentía su corazón latir con la fuerza de un tractor. Y para no perder tiempo sacó su pequeño miembro erguido como nunca antes, que hasta le pareció que medía uno, o hasta dos centímetros más de lo habitual, y ya lo esgrimía orgulloso fuera de su pantalón. Con su mente turbándose cada vez más, entró trastabillado obnubilado al callejón, al tiempo que del oscuro final veía emerger a la Parca hacia él. Su mente confusa lo interpretó en un segundo: “a su corazón le quedaban apenas unos instantes”, sin poder detenerse en su inercia siguió hacia la Muerte que ya levantó muy alto su guadaña para asestarle el golpe final. No tuvo tiempo. Arrojándole el paraguas a la cabeza, Fosforito se agachó con voluntad desesperada, levantándole el oscuro hábito hasta la capucha, y abalanzándose sobre ella, se tumbaron sobre el piso. Y mientras bombeaba convulsionado entre las huesudas piernas levantadas, decía riendo desquisiado:
-“No me llevarás virgen, hija de puta”
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