Siempre le causaron gracia aquellos que acostumbran preguntar al vendedor si la mercadería es buena, cuando es tan obvia la respuesta como la credulidad de quien pregunta.
Charlaban de mujeres, -A esta edad ya no compramos…- dijo su amigo, con la suficiencia del cuarentón con bastante calle bajo sus suelas.

Pero claro, soledad, necesidad, ansiedad, no son buenas consejeras cuando un vendedor atina a declamar todas aquellas virtudes largamente esperadas. El entusiasmo obnubila y saltamos al vacío…con una sonrisa en los labios.

Y compró…Compró palabras;
compró sus propios sueños, ilusiones y esperanzas; una fachada deslumbrante…de cartón pintado.
No tardó mucho en quedar al descubierto, el triste contenido de aquella caja de Pandora.

Fascinación, le llaman los ilusionistas e hipnotizadores, que nos trasladan a un mundo imaginario.
Fue el destino el gran ilusionista que de pronto chasqueó los dedos y lo volvió a la realidad; a esa realidad que creyó abandonar cuando “compraba”.

Lo traicionó su ambición, la absurda ambición de amar y ser amado.