De repente, en mitad de la noche, me he despertado empapada en sudor, agarrotada de pánico, tan desorientada que al no ver a Jaime he sido incapaz de recordar dónde está, aunque yo misma preparé su maleta. La pesadilla tira de mí e intenta arrastrarme, y el miedo me empuja, tambaleándome por el pasillo a oscuras, hasta la habitación de Laura. La luz de su mesilla está encendida y yo busco su hombro bajo el edredón de flores rosa y lila, y la zarandeo suavemente: "Laura..." Abre los ojos y me mira, extrañada. "Laura... he tenido un sueño horrible... una pesadilla... he soñado que papá había muerto..." Ella salta de la cama, me rodea la cintura con su brazo izquierdo, pone su mano derecha bajo mi codo, me levanta: "Mamá... estás dormida todavía, ven... Ten cuidado, no vayas a caerte... Tomaste una pastilla... no se cómo has podido despertarte tan pronto..." Me lleva de vuelta al dormitorio, me obliga a acostarme, me arropa y se queda a mi lado. Conozco esa mirada: quiere decirme algo y no se atreve: "Mamá..." "Pobre Laura... no he debido llamarte, qué tonta he sido... pero era tan real... y me he asustado tanto..." Sus ojos verdes brillan: "Mamá... papá murió anteayer..." Pero yo estoy dentro de un bosque, me hundo en la espesa hierba, y el susurro de Laura se confunde con una brisa suave que agita levemente las ramas de los árboles, pues empieza a llover: una gota de agua me cae en la mejilla. Los párpados me pesan tanto... tengo que esforzarme para abrirlos un poco, sólo un poco... veo a Laura inclinada sobre mí, su mirada tan triste... está llorando... Y levanto una mano, desmayada y sin fuerzas, para rozar su cara. "Laura... tienes los mismos ojos que tu padre..." Pero el bosque me envuelve, de nuevo, dulcemente... de entre las ramas de los álamos caen dos gotas más, y veo un lago, pequeño y muy hermoso, sembrado de nenúfares con un aroma extraño: el perfume de Laura. Y de pie entre las matas, desde la otra orilla, Jaime me dice adiós y me sonríe.