Un montón de gotas se estrellan contra el suelo, todos corren despavoridos como si una pacifica guerra se desatara.
El lugar fue tomando un apacible color a silencio y la tranquilidad brinca en los charcos. Nada parecía pasar, una aparente calma se respiraba, mientras él, el extraño de antes se deleitaba con la lluvia tristona que recorría como intrusa por el lugar.
Sus ojos tenían la mirada de un niño bueno, que se regocija ante la novedad; que sencilla resulta a veces la vida, no se requiere de payasos descoloridos para aprender a soñar. Y allí estaba él, un extraño sumergido en un mundo de sombras idénticas y palabras aprendidas; la lluvia le lavaba la caspa, le despintaba esa cara de ser inmortal, de súper héroe; parecía tan normal, aun con todos esos locos pensamientos que se le asomaban bajo el pelo y esa alma de guerrillero viejo que resguardaba su saco negro.
Al parecer no le afectaba nada, lanzaba piedras cada vez que justicia ultrajaba, se zambullía en una sucia piscina cada mañana para ahogar el diablo que llevaba dentro o corría simplemente para quemar calorías; al parecer la nueva vida de asalariado le coqueteaba.
Su figura, según el cruel espejo mejoraba y no es ni será jamás de los jamases un metrosexual, ni lo permita cualquier Dios, es solo que esa es la mejor forma de malgastar minutos, horas y estar después tan cansado para que las guevonadas del estado importen un rábano.
La tarde se ahorcaba de a poquitos y él ahí, con la mirada limpia y los zapatos empapados, las manos en los bolsillos para protegerlas del frió y la pacifica revolución en huelga.
Que la vida y todo esperen, pues él al igual que todos los mortales requieren descanso. Contemplaba la soledad de la calle y se sentía tan acompañado que hasta sentía miedo, no es tan placentero estar con su verdadero yo, sin disfraz, así aguantándose sin tener que pelear.
El cielo dejo de llorar, cientos de pasos apresurados y cansados comenzaron a llegar, el silencio fue fusilado de nuevo, la maquiavélica rutina le sonrió; él aplasto contra el suelo mojado la mirada de niño bueno, se puso la mascara, los anteojos y se marcho. Se camuflo entre los seres iguales que lo confunden, que lo señalan, pues hay que continuar, la pantomima no termina, aun hay demasiadas piedras por lanzar.
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