Se encontraba febril, llena de dicha, apenas podía mover los dedos de los pies de resplandeciente pasión. No cabía un ápice de felicidad en su cuerpo y por ello se desparramaba sobre las sabanas rojas, confundiéndose aún más con el tono vinotinto que la tía Martica había escogido para su juego de alcoba.
Apenas las 10 de la mañana. Estaba más despierta que de costumbre, observaba con desesperado interés a los que se esparcían por la habitación. Todos estaban muy calientes pero se echaban al suelo poniéndose fríos al contacto con la baldosa, algunos perdían el calor con rapidez, los que estaban más abajo. Los que caían encima de ellos conservaban colores más brillantes, pero al final se escurrían hasta el fondo igual que los otros, se ponían helados, azules.
Glorita, se levantó entonces y, con la mano izquierda, tomo su escurrido y ya sin sentido brazo derecho y lo giro dejándolo en posición vertical. Más de ellos se desparramaron en el suelo con mayor velocidad, algunos tarareaban melancólicos valses, otros se preguntaron un paso antes si sufrían de vértigo, victimas del susto. Otros se glorificaban como mártires dispuestos a vivir su último cuarto de hora con la cabeza altiva frente al precipicio. Todos caían al fin. Algunos aún cantaban en el suelo a pesar del porrazo.
La loquita, la pequeña y tierna Glorita, sufría su momento de éxtasis absoluto. Recordó al cabezón, Guillermo, el enjuto hijo de Don Nemesio, siempre andando por ahí con la pelota. Iba y venia con la pelota esa y ella asomada en la ventana con una tachuela, esperando que el inquieto Guille descachara un disparo. Qué bueno habría sido, pensaba, y que después entrara el por el baloncito y lo encontrara apelmazado y deforme sobre la alfombra de su habitación. Había sido entonces cuando se le ocurrió. Se le antojo una maniobra soberbia y decidió experimentar en si misma primero.
La emoción se le adormecía con el paso del tiempo. La Glorita estaba cansada y pensaba en Guille. Guille con balón. Guille sentado. Guille en la tienda de Pérez. Guille chupando leche condensada. Guille con el balón, el baloncito ese, que rodaba sobre el césped. En el potrerito y el balón atrapado en la cerca de púas. La cerca y Guille. Guille enredado. Guille enredado y sonriente. Guille con el balón rojo. Guille rojo. Guille y la cerca. La cerca en Guille. La cerca.
Los gritos de los que caían eran menos fuertes cada vez y hacia más frío en el suelo. La loquita en el suelo, suspiros y suspiros. Pesan parpados y en el suelo frío. Ya no cantan esos, están fríos y la pequeñita, la tiernita, ella, fría también.
***
Guille erró el disparo y la ventana gritó. Más gritaban los pedazos de ventana. Pensó en correr, pero ¿y el baloncito? Corrió a casa de Glorita y timbró con vergüenza. La tia Martica abrió la puerta con desgano. Guille la observó pensativo, triste, avergonzado. Preguntó por la loquita. Arriba, le dijo la tia y lo miró ceñudo. Perdón que me descaché, dice él. Sube con rapidez y abre la puerta.
Ellos en el suelo estaban azulosos, ya no cantaban. Glorita, no cantaba tampoco, sus ojos estaban sin expresión alguna. Guille sintió vergüenza. El baloncito estaba rojo. Perdón, que perdón dice el cabezón y llora. Perdón y perdón y llora con más fuerza.
La tachuelita estaba junto a la cama, roja también. Todo porque Guille no descachó el disparó antes. Perdón que grita él.
Glorita solo quería pinchar el balón. |