Estando en ese hermoso y lejano mundo, me sentía el hombre más desafortunado del universo. Shambala era el mundo perfecto, es el lugar que todas las criaturas del universo queríamos conocer. No entendía por qué me ocurría esto: estar en aquel paraíso y no poder disfrutarlo.

Aunque bien me pude lamentar en voz alta de mi azaroso destino, ya que el auditorio estaba repleto de gens, los cuales podían leer la mente, seguí lamentándome en silencio. Estuve concentrado en mis pensamientos cuando el relator me interrumpió para leer la acusación:

Ciudadano del universo 3*2*1344447: se le acusa del grave delito de licantropía, el cual vulnera la pureza de espíritu que el dignísimo Gobierno de Shambala quiere imponer en el universo.

Acabada la lectura, ese ser tan maravilloso que tenía enfrente me observó con esos ojos luminosos e inquisidores y, dirigiéndose a mí, dijo:

Ya estamos enterados de lo que estás pensando decir en tu defensa: Dirás que fuiste un buen ciudadano del universo en tus escasos 125 años de vida y que nunca violaste la Sagrada Ley Universal. Además, piensas decir que el síndrome de licantropía no se te fue detectado cuando naciste. Bueno, si hubiera sido así, habrías sido extirpado hace mucho tiempo. El síndrome que presentas se ha producido recientemente, según informan nuestros expertos, por lo que ahora eres juzgado. En tu especie, la presencia tardía de este síndrome es muy rara, pero posible. Así que, habiendo analizado detenidamente los estudios que se te hicieron, no hay duda en nuestra decisión.

El Presidente de la Gran Corte de Shambala hizo una pausa en su monólogo. En ese momento, mi corazón se aceleró con desesperación, de mi cuerpo brotaba el más frío de los sudores y mi piel se crispó. Es extraño que sintiera eso, ya que desde el momento en que me notificaron informándome de que sería procesado, sabía lo que sucedería. Fue cuando el Presidente continuó:

Ciudadano del universo 3*2*1344447: Por haber violado uno de los más importantes preceptos de la Sagrada Ley Universal, se le condena a la única pena que esta corte está autorizada a dictar: la de muerte. La condena será ejecutada mañana, cuando los soles de Shambala anuncien un nuevo día.

Al terminar de escuchar la sentencia, el pánico que sentía se esfumó. No atiné a pensar en nada, me quedé estático sobre el podio, escuchando las grandes hojas de los rojísimos árboles de Shambala golpeando los vidrios del auditorio.