Vuelve de la obra.
Se lava las manos,
se quita la camisa,
el calzoncillo agujereado.
Abre la ducha,
deja correr el agua,
se mira al espejo,
mea sentado,
se mete,
se quita la pintura,
mientras
se enjabona
piensa
(hoy pintó dos habitaciones,
capataz nuevo,
recibió insultos,
trataron de reducirlo a mierda).
Se seca, se afeita, corre desnudo hacia la habitación.
Prende la radio, el hit del verano.
Hace el pasito, cierra las cortinas.
Canta y baila y abre el armario:
una media se mezcló en el cajón de las bombachas.
Saca una tanga,
se la pone, corriéndose el pito hacia atrás,
juega todas las fichas al rojo.
La minifalda cuesta cuando llega a la cintura.
Antes de elegir
el corpiño, la remera, la pintura de labios,
antes de meter los forros en la cartera Gucci trucha
antes de persignarse tres veces
y acomodar la peluca sobre el eje central de su cráneo,
antes de abrir la puerta
y decirse: ¿no me olvido nada?
baila un rato más,
con los ojos cerrados.
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