Mi abuela materna, mi segunda madre, murió el jueves 2 de abril. La amaba tanto como he amado a MUY pocas personas en esta vida. Su ausencia es terriblemente dolorosa. Sólo dos cosas me motivan a vivir en un mundo tan descompuesto como este: la belleza (en las matemáticas, la naturaleza, el arte...) y lo más fundamental, la existencia de seres tan extraordinarios como mi abuelita. Mi vida no sería lo que es ahora sin ella. Direccionó el sentido de mi vida y lo continuará haciendo en los descendientes de mis hermanos y primos. Estoy seguro que un coro angelical la recibió en su tránsito hacia la eternidad.

El siguiente texto lo redacté con el propósito de que fuera leído en la misa solemne de su defunción.


Bogotá, 4 de abril de 2009



Abuelita Ana:


En mis manos sostengo una serie de fotos, en las que tú apareces. Imágenes del pasado, que irradian una vitalidad sorprendente. Contemplo tus sonrisas, tus abrazos, tus besos, tus caricias; en una palabra, tú afecto.

Tú eras el amor, el desprendimiento, la amabilidad, la caridad y todas las virtudes cristianas encarnadas en una persona. Un ser maravilloso que iluminaba nuestras vidas como un faro en medio de las tinieblas. Además, para muchos de nosotros fuiste nuestra segunda madre. Tú apareces en los recuerdos más preciados de nuestra niñez. Nos criaste, nos llenaste de amor y seguías de cerca nuestro crecimiento espiritual, académico y profesional, como sólo una madre devota puede hacerlo.

Las puertas de tú hogar SIEMPRE estaban abiertas para nosotros. Mejor anfitrión era imposible tener. Nos colmabas de atenciones y de un cariño inmenso, casi inconmensurable. Podíamos confiar en cualquier circunstancia en tú apoyo incondicional, tú comprensión y tú ayuda. SIEMPRE estuviste ahí para nosotros, aunque desafortunadamente, algunos de nosotros no estuvimos contigo cuando nos necesitabas.

Sólo queremos que sepas que te amamos hasta el extremo de dar la vida por ti. Sin dudar un instante, habríamos dado un órgano vital para salvar tú vida. Nuestro agradecimiento contigo no conoce límites. Sólo Dios, en su infinita sabiduría, podría comprender el vacío que deja tú pérdida en nuestras vidas.

Estas lágrimas de tristeza, melancolía y nostalgia que derramamos son insignificantes frente a la felicidad que tú gloriosa presencia tuvo en nuestras vidas. Tú partida marca el fin de una era, y el comienzo de otra. Tus enseñanzas perdurarán en el tiempo y Dios mediante, nuestros hijos, nietos y generaciones siguientes seguirán el ejemplo que nos diste en tú paso por este mundo.

La vida es efímera, apenas un parpadeo entre dos eternidades. Sólo el recuerdo y las enseñanzas perduran en el tiempo. Sembraste semillas preciosas en nuestros corazones y la cosecha de este fruto se verá en nuestros descendientes.

De todo corazón te acompañamos en tú tránsito hacia la otra vida, esperando volverte a ver cuando Dios nos llame a su Divina Presencia.

Con todo el amor que brota de nuestros corazones,

Tus nietos