poco es lo que me importa
ya no le temo a esta conmiseración excesiva
que equivale a decir que he perdido una mano,
un pie, la nariz
que por dentro una madre llora, los fractales su pena
y se detiene a ver si afuera el útero sigue
en los mismos desgarros de siempre como
tocado por la punta de un perseguido.

yo no tengo progenitora porque no se trata de la mía
sino es más bien las histerias sostenidas que siempre
llamaban a la más absurdas de las féminas esquizoides y
depresivas
se me venía encima como si fuera grito pero no
y siempre termino hablando de lo que no sucede.

¿existían, acaso, dos mujeres iguales? ¿oliendo de la
misma forma, follando de la misma forma?
¿o más sería que sus madres se parecían tanto que llegaron, ellas,
dramáticamente hasta el mismo recuerdo?

en otro plano estaba esa otra, siempre esa otra,
la del vientre de pergamino y la de los labios abultados
que seguramente no sabían ocultar su redondez.
estaba ella, entonces, esa otra, paseándose de un lado a
otro como si fuera una imagen persistente de la
memoria
como si, en cada levantar las piernas quisiera
dejar su paso engullendo al suelo.

la mía, la nuestra, la que no fue
la que es un doble imaginario y la que
ocupará su cama mezclando sus fluídos sobre
las sábanas, encima de la colcha que ya nadie se
acuerda de qué color es.


(color parto, color madre desteñida)