hablar de esta ciudad es como hablar de las cosas a través de la vitrina de las casas comerciales. es difícil articular sobre ella en tanto que la conozco desde siempre y me duele, en su infinita carencia, que haya gente que tenga que subirse a cantar a la locomoción por unas pocas monedas.
duele, entonces, la periferia, anegada en invierno mientras hayan niños con cara de ceniza aplastados debajo de un pedazo de cartón.
pelotas desinfladas, postes torcidos.
desde un balcón de no más de sesenta centímetros, esta caja hormigonada en el aire de la capital. acá quien observa, con el cuello torcido, ve más allá hacia el suburbio fragmentado por carteles y la disgregación de edificios en construcción, de habitaciones de sexo anal y televisión por cable, deformada hasta el último respiro. digo indigno al mismo tiempo que hay quienes pasan por ella como quien va al estadio. miran, son espectadores de la propia miseria en la que han sumido a éstos, los habitantes para llenar sus casas de televisores plasma de cincuenta pulgadas y cinco vehículos innecesarios. digo indigno porque quien escribe algún día podría haber hecho algo, más allá de sus propias vestiduras. dejar la teoría de un aula hacinada, usar la mezcla de argamasa a ver si así las sombras dejaban de desfasarse por los muros que enmarcan las grandes avenidas desplazándose siempre para fuera como si esa fuera la solución, como si así dejaran de existir. digo indigno, porque así defino la poca vergüenza con la que se ha erigido esta que es mi ciudad, y que probablemente asemeje al resto de sus hermanas latinoamericanas. |