El olor a muerte impregnaba el aire, mientras el sol del ocaso se filtraba en una cortina de sangre. De pie, inmóvil, un solitario espadachín miraba con horror la escena que el mismo había desatado. La pequeña aldehuela donde había crecido había sido arrasada. Ellos, cuatreros, pobres, gente que comía miseria y que había cometido el crimen de robar comida para vivir, habían sido brutalmente atacados por los defensores de lo justo, los caballeros del rey, los emisarios de la muerte.
Todo había sucedido muy rápido. Gritos, sangre, dolor, fuego, toda una amalgama de emociones condensada en un sólo cuadro infernal. Muertos. Todos muertos. Agresores y agredidos, todos asesinados en un torbellino de furia y caos. Aún no entendía que había sucedido, simplemente había visto caer a los suyos uno tras otros, velozmente, inexorablemente. Y el odio se fue acumulando con cada muerte, sumando fuerzas al supremo instinto de supervivencia. Entonces, para cuando el último de los suyos caía ahogado en su propia sangre, actuó.
Como una ráfaga atravesó la distancia que lo separaba de su enemigo más débil, y con un violento golpe lo derribó como si de un niño se tratara. Con un solo movimiento tomo la espada del caído y con ella lo decapitó. De pronto, la vida ya nada importó, sólo la muerte era lo real, lo tangible. La espada se hizo una extensión de su brazo, y su razón se nublo en una bruma carmesí. Esa tarde a ocho guerreros asesinó. Cuando el último suplicaba por su vida, arrodillado, el solitario espadachín sonrió, y por un momento el suplicante creyó estar salvado. Pero pronto notó la mirada asesina, la mirada perdida del sediento de sangre, seguida por el destello de una hoja que dividía en dos el aire. Por una fracción de tiempo, el espadachín pudo ver la vida de su víctima escaparse por la grieta que le abrió en el cráneo .
Todo había terminado mientras el sol del crepúsculo teñía de sangre la masacre. Una gota de sangre mezclada con sesos bajaba lentamente por la espada del inmóvil espadachín, que poco después, con la llegada de la noche, se pondría en movimiento para no detenerse jamás otra vez, hasta haber acabado con el último de los justos... |