Al llegar a Chile, llenos de abrigos y ropa de invierno, se dan cuenta que eran el hazme reír de la gente: dos sujetos de mediana edad, muertos de calor por los treinta y tantos de temperatura en Santiago, uno de ellos con la cara toda rayada y el otro con la corbata mojada en saliva.
Llegamos a Santiago, traté de hacer el viaje más ameno rayando a Jovino en cuanto se quedó dormido, pero no he logrado pensar en que voy a hacer. Bueno, la verdad es que pensé unos diez minutos y después me dormí también.
Ahora estoy devuelta en mi natal Chile, con este rico calor que recuerdo: infernal, casi insoportable. Cómo olvidarlo.
Jovino parece tener más de sesenta, camina todo avejentado, arrastrando su mochila que no sé qué trae, no creo que sean ollas ni mucho menos si este hombre lo perdió todo. Quizás es dinero, como no guarda su dinero en el banco. Lo único bueno es que me hace sentir mejor conmigo mismo, verlo peor que yo me dan ganas de reír.
Y es que desde nuestra juventud nos pasábamos días y noches completas riéndonos de Jovino, siempre tan divertido con sus actos en cuanto las copas lo agarraban, jaja, si, eran tiempos felices de universidad. Cinco amigos en un departamento en Viña del Mar, todos con ideas y proyecciones, llenos de vida.
Y ahora me siento como las bolas, sin ganas de trabajar ni nada, y con Jovino que es como una chimenea. Aquí viene ahora con un periódico…
J- ¡Renan, Renan! ¡Tengo la solución a nuestros problemas, aquí y ahora!
R- ¿Qué? ¿De qué estás hablando hombre?
Y antes de terminar la frase, veo la página del periódico que me estaba mostrando. Se trataba de la Editorial de un diario chileno bastante exitoso.
Y si, ahí está, él, Alejandro Cavieres, ni más ni menos, editor general del periódico.
Alejandro Caviares, quién te vio todo borracho gritando en medio de Avenida Libertad en Viña del Mar y ahora, señor importante, editor de un importante periódico.
J- Cavieres nos va a ayudar, ¿Te acuerdas cuantas veces le presté dinero en el pasado?
Serán unas treinta veces, si cobrara intereses pondría otro restaurante acá en Santiago.
R- ¡¡Y te lo quemarían!! Jajajaja….eh digo, sí, Cavieres nos va a ayudar.
Pero, ¿cómo?
J- No te preocupes lo tengo todo pensado. Vamos.
Cometí el error de de creer en Jovino, si ya se le olvidan las cosas, y aquí vamos en un taxi a quien sabe donde, porque no tenemos idea de donde vive Cavieres, lo único que se nos ocurrió es decirle al chofer que nos deje en la puerta del periódico donde trabaja.
Por mientras tengo tiempo para mirar de nuevo esta cuidad, tan sucia como siempre, y cada vez más peruana, por lo menos hay cada vez menos palomas.
Qué manera de putear a los peruanos cuando era más joven, pero ahora he madurado.
R- ¡Cholos muertos de hambre, váyanse a sus chozas! Jajajajaja.
J- Entra la cabeza y para de gritar estupideces, eres doctor por favor compórtate como tal.
Tiene razón, pero es que el niño que llevo dentro nunca puedo controlarlo, tiendo a hacer este tipo de ridiculeces, quizás por eso mi ex esposa me decía que parara el circo. Y yo que creía que lo decía por la carpa. El humor es parte importante en mi vida, o si no estaría durmiendo con terno hace rato, o arrugado y pelado, como Jovino.
Pero, en fin, ya estamos acá, en el trabajo de nuestro viejo amigo Cavieres.
Al llegar, los dos amigos preguntan en recepción por Alejandro Cavieres. La recepcionista les indica que el señor no se encuentra pero les da la dirección y un número de teléfono.
Al salir del imponente edificio, en pleno centro de Santiago, deciden no llamar a Cavieres y darle una sorpresa, de esas que tanto le gustan.
Luego de una hora de viaje en taxi, que en Santiago de Chile equivale al valor de un vuelo a Buenos Aires, llegan al departamento de Cavieres en Vitacura. Un lugar acomodado, lleno de comodidades y falto de transporte público..
Estamos en las afueras de un gran condominio, este Cavieres si que lo logró, consiguió el trabajo soñado, supe que tiene una esposa de aquellas que echan humo, supe también que fue padre, pero está viviendo en esta cuidad que odiaba tanto, recuerdo cuando decía que su futuro estaba en la costa, en Viña del Mar, que nunca viviría en Santiago.
Pero el dinero manda, o lo que creo más probable, calzón manda.
Mientras el conserje habla no se qué con Jovino, me quedo mirando una discusión matrimonial campal en un antejardín de una de las casas.
Ella parece enajenada con el pobre hombre haciéndole llevarse todas sus cosas en un auto, él, desesperado, trata de calmar a la enfurecida esposa sin éxito. Mientras sentado un niño de esos que crecen más hacia los lados que para arriba, llora a moco suelto.
Una situación así solo puede ser causada por una infidelidad, o una equivocación de nombres durante el acto íntimo o falta de potencia para el mismo, y por lo tanto insatisfacción en la mujer.
Jovino que no ha visto la pelea me llama desde el interior del recinto indicándome que ya sabe cual es la casa de Cavieres, y si, es justo aquella casa.
Más rápido que nunca entré al condominio y caminamos hacia allá. Un segundo antes de llegar ella suelta su último descargo, algo así como “¡¡y vuelve cuando soluciones tus problemas!!”.
Eso me dejó todo claro, tratando de Cavieres y por la última frase de la dama, el único problema acá debe ser impotencia.
R- Cavieres viejo zorro, tanto tiempo amigo mío, ¿como te trata la vida?, ¿cómo va tu matrimonio?
C- ¿Renan, eres tú? Pero... y ¿Jovino?, ustedes… ¿qué hacen acá, y justo ahora?
R-Como siempre decías amigo, “hay que estar en la noticia”, jajaja.
Alégrate hombre por vernos, y dime, ¿a qué bar vamos a tomarnos unos tragos? |